Animalario de Vetusta
¿Conocéis algún pato misántropo? Yo sí. Os lo presentaré. Tendréis que daros un paseo a eso de la media tarde por el Campo de San Francisco, id atentos por la parte alta de la calle Santa Cruz. Rastread con la vista a nivel de la yerba y atención a los pies de las gigantescas coníferas, el truhán gasta uniforme de camuflaje y de no ser por los movimientos propios de las ánades se le confundiría con una maceta de flores tropicales de invernadero. El pato Nicomedes, que así lo bauticé porque tiene cara de ello, no soporta la convivencia con sus congéneres y otras especies. Duró sólo una jornada en el barroco estanque de purpurinas y dorados junto a los engominados pavos reales que toman el vermut en la Avenida de Galicia y la torpeza gris de las tortugas de los círculos culturales de la ciudad. Se largó al día siguiente de su llegada, buscó un viento más fresco y se instaló en las verdes praderas que rodean la fuente sur del paseo del Bombé. Allí reside el pato como un monje tibetano. Feliz, dentro de lo que cabe. Libre, dentro de lo que cabe. Nadie le tose, dentro de lo que cabe. Es más, ni los paseantes nipones o catalanes de la cámara digital reparan en él. Es un tipo anónimo lo mismo que un cura sin sotana. El pato Nicomedes dedica su tiempo a la meditación y al deporte. Le vemos en la hora triste, la del desánimo crepuscular, caminando entre los pinos con las alas plegadas y pensativo, mueve armonioso la cabeza adelante y atrás, le dice sí al escepticismo más ortodoxo. Cuando la mente de Nicomedes se empacha de filosofía, va al estanque de su fuente privada y se da un baño, nada veinte largos circunferenciales alrededor de los chorritos centrales.
Nicomedes, aquí unos amigos. Amigos, el pato Nicomedes. Presentación hecha.
El pato no es nuevo en este parque. Otros bichos de corte más salvaje le precedieron. Escarbo en la memoria y veo a los osos Petra y Perico. No sé cual de los dos se largó antes al más allá, me da que fue Perico. Enfermó el oso de aburrimiento y melancolía dentro de aquel presidio de planta circular y abovedado como gigantesca jaula de jilguero bajo la perenne nube gris. Y Petra, osa paciente, la dama salvaje de la montaña astur soportó estoica hasta el final de sus días las chirigotadas de niños y mayores. Petra y Perico eran muestra de sumisión, símbolo de la rendición al poder sin fronteras del urbanícola sobre el resto de animales.
Y ¿os acordáis de los «cabezones» del estanque? Aquellos renacuajos que coleaban como posesos entre los nenúfares. El tiempo y el misterio metamorfoseaban aquellos espermatozoides exoftálmicos de agua dulce en ranas. El círculo anfibio del Campo de San Francisco advertía a los forasteros que en esta ciudad no había que fiarse de las apariencias.
Los animales de Vetusta dan juego.
Manuel Herrero Montoto es escritor y cirujano.
Foto del pato: MHM