Policíaca Vs. Negra: historia de una pasión, por Pilar Sánchez Vicente. 16/06/2010

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Me inicié en la novela policíaca a edad temprana, casi sin transición desde Enid Blyton, a través de los clásicos de editorial Molino: Agatha Christie y Erle Stanley Gardner. Después vendrían Ellery Queen, Rex Scout y Georges Simenon. Teníamos en casa todas las colecciones y Hércules Poirot, la señorita Marple, Perry Mason, Nero Wolfe, el inspector Maigret… formaban parte de la familia. Releí sus historias decenas de veces, las hubiera escrito de memoria y aún ahora con ver una portada recuerdo la trama. Es un tipo de novela donde la resolución del misterio es el objetivo principal y los buenos y los malos se diferencian claramente. Como mucho, aparece alguno mediopensionista. Obedecen a una estructura clásica: planteamiento, nudo y desenlace y responden también a los clásicos interrogantes: ¿Quién? ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué?, conocidos en inglés –lengua madre del género- como Five Ws (Who, Why, What, Where, When) El crimen –o los crímenes, pero basta uno- acontece al inicio y las pistas e interrogatorios se suceden capítulo a capítulo. Al principio se proponen varias soluciones fáciles, a primera vista tentadoras, que sin embargo resultan falsas. Generalmente el descubrimiento del asesino –o los asesinos- se produce de forma inesperada en las últimas páginas y no es extraño que sea el mayordomo. Los investigadores son pacientes y equilibrados en sus pesquisas y no suelen hacer uso de las armas ni de la violencia, más bien utilizan el razonamiento lógico y gustan de realizar el análisis minucioso de los hechos desde el sillón de su despacho. El lector admira su sagacidad e inteligencia y suele ser sorprendido con el final.
 
La trama negra exige una velocidad que no pide
la histórica y ese era, entre otros, mi gran reto a afrontar.

Como evolución natural, enseguida me aficioné a la novela negra, una variante de la policíaca nacida a principios del siglo XX en EEUU. Pese a participar de un sustrato común, son varias las diferencias entre ambas. Para empezar, el crudo lenguaje, que pasa de blanco a negro, predominado la descripción, con frecuencia morbosa, de la violencia empleada tanto por criminales como por policías y detectives. Los personajes ya no son buenos o malos; unos y otros navegan en la oscura franja del gris e importa más su atormentada psicología que las artes del enredo. Igualmente, la resolución del enigma pasa a un segundo plano, pues el primero lo ocupa la acción. Con una acidez corrosiva y una ironía demoledora, reflejan la injusticia, la corrupción policial, las cloacas del poder, los bajos fondos del hampa, las debilidades y miserias humanas. Hay que darse cuenta en que contexto nació: ley seca, mafia, inseguridad, contrabando, discriminación racial… En este sentido, es significativa la adaptación de la tramas a la realidad social imperante en cada época y así, ahora, capos, narcos, políticos y psicópatas son protagonistas de los títulos más recientes. De la misma forma, cada país se refleja en sus autores.

En una novela negra lo explícito
pierde importancia frente a lo oculto.
 

Raymond Chandler y Dashiell Hammet, con sus respectivos detectives Philip Marlowe y Sam Spade, están considerados los padres de esta variante del género policiaco, pero hay más: James Ellroy, Patricia Highsmith, Jim Thompson… y más recientemente Donna Leon, Henning Mankell, Fred Vargas, Andrea Camilleri… por no citar a Stieg Larsson. Ya en España, nuestro querido Vázquez Montalbán con su entrañable Pepe Carvalho, Lorenzo Silva, Juan Madrid o Andreu Martin son algunos de sus muchos representantes. Cientos de nombres –no exagero- quedan en el tintero, pues El simple arte de matar [1] ejerce una atracción fatal sobre los escritores incluso para los de novela histórica, que no prescinden de incluir en sus argumentos alguna confabulación criminal.

Mi quinta novela será negra y la protagonista,
of course, será una mujer.

El papel de la mujer en una y otra no suele ser muy diferente. En la novela policíaca clásica el detective suele recurrir al mítico “cherchez la femme” y en ambos casos suele abundar la “femme fatale”. Raramente son protagonistas, ni como investigadoras ni como criminales. Más bien son la causa del crimen o aparecen como instigadoras del mismo. Es recurrente también su presencia como elemento decorativo auxiliar: la prostituta honrada, la esposa infiel, la heredera codiciosa, la amante despechada, la chica del mafioso o la abnegada esposa del policía. El predominio de las rubias despampanantes, de pelo largo, falda corta y cabeza hueca, es total y abunda tanto el sexo fácil como las violaciones. Omito mi opinión al respecto, fácilmente deducible por mi trayectoria vital y que, sin embargo, no me ha impedido devorar este tipo de relatos.

Que mi quinta novela (la cuarta que verá la luz) sea negra, es una ofrenda al género, pues para los lectores compulsivos, entre los que me incluyo, son piezas atractivas en cuanto a su intensidad, rapidez narrativa y profundidad. Y esto ha sido, precisamente, lo que me ha impedido lanzarme al ruedo con anterioridad. Cuando una escribe novela histórica, el período previo de recogida de documentación y análisis de la época temporal a tratar ocupa casi tanto como la escritura, que suele seguir un ritmo lineal marcado por el curso de la vida de los personajes que la pueblan y los hechos históricos en que participan. Las descripciones intentan situar al lector en el ambiente y recrear el pasado sin atiborrarlo con datos y fechas es lo más difícil de conseguir. En una novela negra, en cambio, lo explícito pierde importancia frente a lo oculto, el aut
or conoce al dedillo los hechos y los dosifica, engaña al lector con pistas falsas y le ofrece las verdaderas con cuentagotas, engrasando el conjunto con aceite de vitriolo.

 

Los personajes navegan en la oscura franja del gris e importa
más su atormentada psicología que las artes del enredo.

 

La trama negra exige una velocidad que no pide la histórica y ese era, entre otros, mi gran reto a afrontar. Ese y que la protagonista, of course, fuera una mujer. En cuanto al lenguaje, aunque las acciones bélicas y la sangre forman parte intrínseca de la Historia (con mayúsculas) y no hay vida sin muerte, me resultó difícil meterme en la mente de un criminal, actuar con saña y sin piedad, y describir con credibilidad los detalles más escabrosos. Ha sido un ejercicio harto enriquecedor, literariamente hablando. Por supuesto, también he realizado el conveniente trabajo de campo (mis viajes dan mucho de sí) y contado con la ilustración de un policía, convertido en agradecimiento en personaje secundario. Encontrarán los lectores en esta próxima novela violencia, sexo, drogas, asesinatos, brutalidad, mafias… y un final, espero, sorprendente. Como corresponde.

[1] Título de una novela de Raymond Chandler.
 
Pilar Sánchez Vicente es escritora.

Foto 1: de la autora.

Ilustración: Internet http:/loscuentosdenelly.blogspot

Foto: Femme Fatale de F. Ayora

Portada de El simple arte de matar.

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