El cielo de las cosas
Pelayo Fueyo
Editorial KRK. Oviedo. 2011
Introducción de Luis Bagué Quilez
El cielo de las cosas se abre con una cita de Martin Heidegger y otra de Roland Barthes donde ambos autores abordan el peligroso asunto de la función de la poesía. Las dos citas orientan una lectura pautada por la indagación en el sentido esencial de esa entelequia que, a falta de nombre más preciso, solemos denominar realidad. Este marco textual suscribe los valores de una lírica reveladora y desveladora que, como quería Huidobro, no se limita a cantar a la rosa, sino que la haga florecer en el poema. La capacidad genesíaca que Pelayo Fueyo atribuye al lenguaje se inscribe dentro de un proyecto de escritura que ha demostrado su eficacia a la hora de reformular antiguos enigmas y de proponer nuevas intrigas. El autor transita por un sendero donde la cadencia simbolista se da la mano con el misterio, y donde el diapasón del tiempo marca los minutos de un breviario íntimo.
En suma, nuestro poeta concibe la escritura como una incógnita que se despeja con el regreso a la niñez, esa "infancia sin infancia" en la que el cielo se podía tocar con la yema de los dedos y en la que las rosas exhibían una unidad que el desgaste del tiempo se ha encargado de erosionar. Sin embargo, su poesía no se complace en ordenar los restos del naufragio ni en poner nombre a los rostros de la melancolía, sino que pretende atrapar al vuelo una emoción semejante a la "nostalgia del olvido": una fractura interior que ninguna fuerza puede recomponer. Pelayo Fueyo nos invita a adentrarnos en un museo donde coexisten una coleccón de relojes de arena, un inventario de la vanitas y un muestrario de espejismos. El visitante de esta galería particular descubre que, tras la huella de la nieve, sigue ardiendo la madera de un trineo llamadoRosebud. No hay duda de que El cielo de las cosas está hecho de la misma materia que los sueños.
En suma, nuestro poeta concibe la escritura como una incógnita que se despeja con el regreso a la niñez, esa "infancia sin infancia" en la que el cielo se podía tocar con la yema de los dedos y en la que las rosas exhibían una unidad que el desgaste del tiempo se ha encargado de erosionar. Sin embargo, su poesía no se complace en ordenar los restos del naufragio ni en poner nombre a los rostros de la melancolía, sino que pretende atrapar al vuelo una emoción semejante a la "nostalgia del olvido": una fractura interior que ninguna fuerza puede recomponer. Pelayo Fueyo nos invita a adentrarnos en un museo donde coexisten una coleccón de relojes de arena, un inventario de la vanitas y un muestrario de espejismos. El visitante de esta galería particular descubre que, tras la huella de la nieve, sigue ardiendo la madera de un trineo llamadoRosebud. No hay duda de que El cielo de las cosas está hecho de la misma materia que los sueños.
[texto de Luis Bagué perteneciente a la introducción del libro, recogido de la página web de la editorial KRK]