Las luces del puerto, de José Ángel Ordiz

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José Ángel Ordiz afirma que suele contar lo que a él le cuenta la vida pero no como la vida se lo cuenta.
No le atrae, desde luego, comenzar sus relatos –los relatos de la vida- por el principio: el tiempo no es lineal en esas historias corales suyas que la vida le narra. ¿Para que, menos caníbal que la vida, cronista travieso, los finales no se llamen muerte? Eso afirma.
Afirma que relata desde una perspectiva límite, morbosa, sin el distanciamiento irónico debido. Y que es obsesivo en el sentido de dar voz a quienes no la tienen, cómplice de perdedores, narrador partidista. ¿Por esto último abundan tanto los diálogos en sus relatos –los relatos de la vida- y pretende definir con esos diálogos, a veces sólo con ellos, personalidades y situaciones? Eso afirma.
Esta novela, con la excusa de un crimen y una venganza que origina otro crimen, es buena prueba de lo que afirma: ahí los marineros en tierra, los tullidos, los enfermos, los amantes rotos que bailan una danza equívoca bajo las luces del puerto; más allá de la noche, acaso, un día sin galernas, la bonanza, la sal impura, dulce.

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