Todas las guerras que Hispania sostiene contra Roma son campañas fundamentadas en la caballería. Los caballos del Centro, como posteriormente en las guerras cantábricas los del Norte, desempeñaron un papel de capital importancia en la resistencia hispana. Dejando a un lado la bravura de sus hombres, la ventaja de Sertorio o Viriato estribó en la calidad de los caballos, gracias a los cuales marchaban con una rapidez desconcertante por toda la Meseta. Fue Apiano uno de los primeros en comprender la importancia de los caballos hispanos en las luchas contra Roma, pues habla de los esfuerzos de los romanos para obtener caballos del país. Al respecto por dos veces Tito Livio cita caballos entre el botín que recogían los romanos en la Península.
Luego sabemos que Afranio y Petreyo esperaban reunir en la Celtiberia un gran contingente de caballería para luchar contra César, quien a su vez adquirió en la Península un gran número de caballos para la guerra en la Galia, ya que –según el mismo Apiano señala— los caballos romanos eran inferiores a los celtibéricos. Del año 54 a. de J. C. es la primera alusión de caballería hispánica a las órdenes de César. Éste la opuso en Hispania a las tropas de Cneo Pompeyo, que la utilizó en distintos frentes de la guerra civil y pasaron con él a África (posteriormente hallaremos de guarnición en las plazas norteafriacanas y de otros sitios a escuadrones de jinetes astures en el primer tercio del siglo II). Y en no pocas de sus campañas César prefirió una montura hispana, como el potro indómito al que erigiría una estatua ante el templo de Venus Genetrix, a modo de público tributo a la altísima calidad de los équidos hispanos.
César no fue el único en contar con jinetes hispanos entre sus filas de combate. Cneo Pompeyo también los tuvo a su mando por Sicilia. Así lo testimonian las abundantes monedas de cobre halladas en la isla. En éstas puede verse por una de sus caras a un jinete ibérico con la leyenda Hispanorum, y por la otra, la cabeza de Pallas. Aparecidas en Serra Orlando, lugar donde se localizaba la antigua Murgantia, dichas monedas, prueba de la presencia de caballería hispánica en Sicilia durante la guerra civil, se creían acuñadas por Pompeyo durante su estancia allí, pero hoy se las fecha entre la segunda mitad del siglo II a.C. y la segunda mitad
del siglo I a.C. En relación a esto, las monedas ibéricas y romanas con caballos o jinetes, son muy abundantes, lo cual atestigua la enorme riqueza en caballos en aquella época. El caballo sólo o el jinete se representa muy frecuentemente en las monedas de Sagunto, Saetabi, Ituci, Olont, Ib, Bailo, Ilipla, Iliturgi, Segobriga, Osca, Bilbilis…
Andalucía era toda una fábrica de caballos. Tanto que a César le trajo de cabeza el temor a que en aquella comarca se reuniese un contingente importante de caballería del bando rival pompeyano. Otros jefes, como Iuba I, rey de Numidia y aliado de Pompeyo, se rodeó igualmente de una escolta de 2.0000 jinetes hispanos, con seguridad reclutada en la Bética, a tenor de las fluidas relaciones que el monarca númida mantuvo con esta provincia. Significativamente, no eran sino eran cabezas de caballo los mascarones de las proas en los barcos pesqueros de Cádiz, según Estrabón un hecho privativo de los gaditanos. Y en ese puerto de Cádiz, sin duda el más relevante del Mediterráneo occidental, se embarcaban hacia Roma los caballos españoles de carreras tan estimados en todo el Imperio: en Antioquia, la opulenta capital de Siria, ciudad de celebérrimas competiciones circenses, aún corrían los caballos criados en el Tajo y en el Guadalquivir allá por los siglos III y IV.
Junto a los de Andalucía y de la Meseta, Roma utilizó para fines bélicos a los caballos del Norte de la Península Ibérica. Hay de guarnición escuadrones de jinetes astures en las plazas norteafricanas y en lugares diversos en el primer tercio del siglo II. Un dato destacable de los primitivos españoles del norte es que emplearon el caballo para el culto religioso, según parece al hilo de un rito típicamente celta. En este sentido, Estrabón habla del sacrificio de caballos en honor a una divinidad guerrera, que los autores grecorromanos identificaron con Ares, por parte de todos los pueblos del Norte: gallegos, asturianos, cántabros, vascos y pirenaicos. Se trataría de caballos criados en estado salvaje luego cazados para fines religiosos, en sacrificios realizados en torno a un número elevado de bestias.
La notoria superioridad de la caballería ibérica fue la razón de que operasen en tierras sumamente lejanas de su Península natal, como hemos visto arriba. Caballos hispánicos, con sus jinetes, sirvieron en el ejército romano en las campañas de la Galia, Sicilia, Armenia, Filippos y Norte de África. Merece la pena recordar a los 4.000 jinetes lusitanos que estuvieron en la batalla de Filipo a las órdenes de Bruto y 2.000 iberos a las de Casio, o los 10.000 jinetes ibéricos llevados por el ejército de Marco Antonio a Armenia en el año 36 a. de J. C. Es conocido el hecho de que César había comprado en la Península un gran número de caballos para la guerra en la Galia, pero ya Amílcar había exportado caballos hispanos de Hispania a África.
Porque no fueron ni mucho menos los romanos los primeros en recurrir a los jinetes hispánicos para la guerra. El cartaginés Aníbal, que por su larga estancia en nuestra Península tenía no poco de ibérico, recurrió a ellos en la segunda guerra púnica. Hechos como el cruce del Po o la batalla de Cannas –en la que Aníbal ubicó a los jinetes ibéricos y celtas enfrente de la romana— llevan a los historiadores de dicha guerra a mencionar a la caballería hispana en varias ocasiones. Polibio insiste en que la superioridad de los cartagineses frente a los romanos se debe a que aquéllos disponían de mejor caballería. Por otro lado, Tito Livio asevera la principal fuerza del ejército de Aníbal eran las tropas de Hispania. Podemos deducir, pues, que el cuerpo de ejército que más decisivo en la victoria de los púnicos sobre Roma fue la caballería hispana, la mejor del ejército cartaginés, la cual combatía mezclada con la infantería. Estrabón comparte el criterio de los dos historiadores citados en afirmar que tal caballería combatía mezclada con la infantería y el poeta Lucilio, combatiente en Numancia, aporta el dato de que los caballos hispánicos se arrodillaban para que subiesen los jinetes, defendiendo, además, que el caballo hispano supera al de Campania por su mayor resistencia en la carrera. Pero esta sobresaliente aptitud de nuestros caballos para las carreras, que los convirtió en las grandes estrellas de los circos romanos y de otros grandes espectáculos posteriores, forma ya parte de la última entrega del dossier "Crines y acero"…