Conclusiones de un bicentenario, 1808 – 2008.
Si hallamos las conclusiones finales de lo que supuso para España la guerra de la Independencia, si dejamos atrás los mitos, los actos heroicos, el ensalzamiento del hecho en si y la mitomanía sobre el tema, las conclusiones son bastante demoledoras. A pesar de este bicentenario que ya ha pasado, de las loas y los homenajes, de la ficción generalizada en actos y exposiciones, si descendemos a la verdad intrínseca, nos queda poco más que polvo entre las manos. Muchos de los españoles de hoy, a lo largo de estos meses, desde que ha comenzado este año que pudiera parecernos triunfal, hemos leído mucho más de lo que habíamos leído de la sublevación, las campañas y la guerra contra las tropas napoleónicas. Y al final de tanta lectura, debiera imponerse la realidad, y la realidad siempre es una vianda cruda.
Comencemos por considerar que la guerra de la Independencia, le costó a este pueblo casi un millón de muertos, la mitad de ellos civiles y pensando en la población de entonces, la cifra es realmente demoledora. A estos caídos por las más diversas causas, hay que sumarles los fallecidos a posterioridad por la hambruna que asoló esta tierra y la inanición que trajo consigo llevándose a miles de compatriotas, como si de una gigantesca guadaña se tratase. La península Ibérica quedó convertida en un solar extenuado, en la que malvivían los supervivientes en condiciones higiénicas y alimentarias que hoy darían pavor. Se quedaron en suma con una nación desgarrada, empobrecida hasta límites insospechados, sembrada de tumbas anónimas, ruinosa y enfrentada política y socialmente, hasta desembocar en una España de pronunciamientos, golpes de Estado y sembrada convenientemente para que se pudiera cosechar más tarde tres guerras carlistas, una Revolución en 1934 y una guerra civil dos años después.
Napoleón se equivocó con España tanto como erró en sus cálculos con Rusia. Eso está muy claro en sus propias memorias. Pero en nuestro caso hay una sutil diferencia, y es que el emperador pretendió dirigir la guerra y los destinos de los españoles desde lejos, sin entender la clase de lucha que se había entablado aquí, y lo que es peor, sin importarle los sentimientos que movieron a este pueblo en su resistencia. Conquistar un territorio -nunca totalmente- no supone su sometimiento. Las guerras en Europa fueron guerras regulares, de batallas en campo abierto, de enfrentamientos donde la estrategia y la fuerza artillera llegaron a ser determinantes. España, hay que reconocerlo, es diferente. La geografía puede ser un enemigo notable y lo fue, pero el concepto de una nación en armas es terrible. Debiera haberlo sabido él, que vio a la Francia revolucionaria usar este método para imponerse.
En cuanto al papel desempeñado por el Ejército español, creo que en realidad se ha comenzado a hacer un poco de justicia con él. Hizo más de lo que nos parece a simple vista, y a pesar de estar mal armado, mal equipado y peor instruido. Claro que esto a cierta historiografía no le conviene, ya que merma la contribución de las fuerzas inglesas en la península y va también en detrimento del mito romántico del guerrillero español. Pensemos que entre estos últimos, había numerosas partidas que se constituyeron solamente con ánimo de pillaje y saqueo. En realidad, simple salteadores de camino y saqueadores de los bienes ajenos, cuando no asesinos natos sin ley ni honor. Algunos de ellos, paradójicamente comenzaron en los ejércitos regulares, pasaron por la guerra irregular y volvieron al seno del Ejército al final de la guerra con altas graduaciones militares, Por algo sería.
Si los regimientos franceses se comportaron según iba avanzando la contienda como una despiadada máquina invasora, una fuerza imperialista con todas las desventajas de una ocupación, que había dejado atrás su ideología revolucionaria y que por tanto poco aportó al progreso y al liberalismo de la época, podemos entender que no sólo no empujó a nuestro pueblo al progreso sino que más bien lo retrasó. Muchos pensaron que si éste ejército era el que traería la libertad, más valía renunciar a ese tipo de libertad. El clero en general supo aprovechar este fiasco. De su cúpula militar vale más no hablar en profundidad, el que no venía a buscar el generalato, llegaba con este grado dispuesto a conseguir el ascenso a mariscal de campo en cuatro días. Y entre tanto llegaba, lo mejor que se podía hacer era saquear las riquezas que estaban más al alcance como complemento de una paga ya sustanciosa. El caso era volver al final con una buena fortuna en los carros de pertrechos.
Así que con este somero repaso, pienso que idealizar la guerra de aquel período histórico es buscar respuestas donde no las hay. Aún quedan los destrozos de entonces en muchos lugares, y aunque haya tumbas en nuestro suelo, son en su mayoría tumbas anónimas y olvidadas, cuando no tumbas inexistentes de alguien que dio su vida por su patria. No en vano los propios franceses llamaron a la contienda “La Guerre sale de l`Émpire – la guerra sucia del Imperio-.No sólo cuenta la destrucción material de edificios y personas, cuenta la destrucción y desaparición de tantas obras de arte, libros, objetos históricos que tanto costó reunir y conservar. Y casi todo para nada, para que políticamente nada quedara resuelto, para que socialmente tras este período bélico la sociedad estuviera en la ruina y, como colofón final volviese el monarca más aborrecible de todos los tiempos. Pero en España casi siempre ha sido así.