Aquileia es hoy un pequeño pueblo que se pierde entre las ruinas antiguas, como un lugar encantado con mosaicos romanos y frondosos árboles mediterráneos, pinos y cipreses para el adorno de la torre señorial y esbelta de su basílica paleocristiana, erguida sobre el horizonte. “Aquileia, omnium sub Occidente urbium maxima” (“Aquileia, la más grande ciudad del Occidente”) fue abandonada cuando los bárbaros hostigaban aquellas tierras y sus moradores encontraron asentamientos más seguros en las islas de la Laguna Véneta, pues así se denomina a esa ambigua mezcla de aguas saladas, pequeñas islas, bajíos y canales, el “fantastico mondo terracquo” de los confines del Adriático en el noreste italiano. Lugares cercanos a lo onírico, donde los lindes de tiempo y espacio parecen confundirse en un horizonte plano y misterioso de un mar que se hace tierra y de un suelo convertido en aguas, entre cálidas luces y suaves sombras del arcano mundo de nuestra civilización mediterránea.
Aquileia y Grado, raíces romanas y antiguos asentamientos
Aquileia es el testimonio de un pasado esplendoroso, en el que Augusto recibe a Herodes el Grande, Rey de Judea, o donde cuatro siglos más tarde se celebra un Concilio, a la sombra de su basílica, en el que participan San Ambrosio y San Jerónimo. De entonces se conserva un puerto fluvial y restos de suelos de mosaico, esculturas, enterramientos, baños públicos y ruinas de villas patricias. Entre todo, destaca la basílica paleocristiana, fundada en el 313 y muy bien conservada, con tres naves altas, soberbias columnatas, arcos apuntados y la majestuosa torre.
De allí cerca parte el estrecho y largo puente sobre la Laguna, que une el continente con la población de Grado, “Fillia de Aquileia, madre di Venecia” (”Hija de Aquileia, madre de Venecia”), porque allí huyeron los habitantes de aquella capital romana ante los ataques bárbaros y en sus islas se fue creando lo que más tarde había de ser la señorial Venecia. Grado es ahora una pequeña ciudad de algo más de ocho mil habitantes, marinera, veraniega y turística, constituida por dos islas, que separa un canal y une un puente. En la mayor de ellas está el casco antiguo y el pintoresco puerto-canal, abrazado por las callejuelas y casas del animado centro urbano. En su casco medieval, destaca la iglesia prerrománica del s. V, de Santa María delle Grazie – que, por cierto, a ella se le parecen algunas del prerrománico asturiano – con una ventana trifora en el exterior, probablemente por el origen en el estilo bizantino de ésta y aquellas. El Duomo es una basílica paleocristiana parecida a la de Aquileia, con otra esbelta torre y frescos del s. VI. Varias playas de arena dorada, en la ciudad y en sus alrededores, le acaban por dar su fama veraniega y su denominación como “L´Isola d´Oro” (“La isla de Oro”).
Paolo Maurensig
Paolo Maurensig es un novelista que nació en 1943 en Gorizia, capital de aquella provincia, y que vive en la vecina ciudad de Udine, donde compatibiliza su profesión de agente de comercio con la creación literaria. Su primera obra, publicada en Italia en 1993, tuvo mucho éxito y fue traducida a otros idiomas europeos. Es La variante de Lüneburg (Ed. Tusquets, 1995), una novela que parece evocar a las obras de la primera época del conocido escritor suizo Friedrich Dürrenmatt , como El juez y su verdugo y La promesa, o alguna de las de Stefan Zweig y quizá contribuye a ello el apellido de origen austriaco del autor, el propio título, los lugares donde se desarrolla la acción – Viena y un tren que recorre Austria desde Munich – y sobre todo la caracterización psicológica de los personajes y sus problemas humanos.
Son los dramaspersonales de historias con un denso pasado, que hunden sus raíces en la danza trágica de nazis y judíos en la Europa de Hitler.El ajedrez es, una vez más, el protagonista de esta intrigante narración, en la que tres apasionados de ese juego reviven en una trascendental partida, su historia personal y el motivo de sus vidas.La novela está planteada con un tempo poco habitual, al iniciarse con la misteriosa muerte del protagonista en el jardín de su casa, y tener que recurrir a un desarrollo de la acción casi por entero retrospectivo y al co-protagonismo de un personaje intermediario.La novela está muy cuidada y se caracteriza por la mesura, la estudiada expresividad y la discreta elegancia, que acaban conformando una obra de calidad.
Canon inverso (Ed. Mondadori, 1997) es otro relato de parecidas características, igual de inquietante, misterioso y cargado de sorpresa en sus golpes finales de escena y en el que también pretende expresar cierta simbolización del drama de la Europa del fascismo, la invasión de Austria por el ejército alemán, el nazismo y la persecución de los judíos. Esta vez tomando la música y el violín como centro de la historia. Como en La variante de Lüneburg, el relato es retrospectivo y el autor se sirve otra vez de un intermediario entre el protagonista y el escritor que narra la historia, así como de la impostura de algunos personajes. Dicho escritor conoce en una taberna de Grinzing, la pintoresca aldea de las inmediaciones de Viena, a un violinista ambulante húngaro, llamado Janö Varga, capaz de expresar la más encendida y difícil música con su valioso violín. Y en aquella madrugada de confidencias y aguardiente se va desenmascarando la vida del misterioso artista, que se preguntaba si “mi pasión por la música había sido únicamente un ardid del destino para que pudiera construir mi pasado”. Entretenida, elegante y sobria, Canon inverso es una novela en la que se abren algunos interrogantes cruciales del ser humano, como la ambición y el deseo de alcanzar lo que es perfecto, pues “La búsqueda de la perfección es como un ritmo que se aminora hasta el infinito. Es una progresión continua que sin embargo se reduce a medida que se acerca a la meta”. Novela ésta que tampoco pasa por alto los ya citados dramas sociales y políticos que convulsionaron la Europa de los años treinta, tratados con acertada y medida expresividad.
La Venus herida (Ed. Mondadori, 2000), es la tercera de sus novelas traducidas al español, una diatriba sobre el amor que no tiene, ni mucho menos, la calidad de las anteriores. En Italia tiene publicadas varias novelas más, que por el momento no han sido editadas en español.
Verona, con raíces romanas, medievales y venecianas
Al oeste de Friul
i-Venezia-Giulia, en el interior y a los pies de los Dolomitas, frente a la llanura véneta en torno a un meandro del río Adige, se extiende la ciudad de Verona. Con sus más de doscientos cincuenta mil habitantes, es la segunda ciudad – después de Venecia – más grande e importante del Véneto. Su comercio, universidad y prosperidad se unen a la situación estratégica y a la cercanía del mayor lago de Italia, el Garda, para sumarse con su rico patrimonio histórico. Este esplendor comenzó en la época romana, luego llegó otro tiempo excelso en el medievo, cuando la familia de los Scaligeri – anfitriones de Dante y a quienes dedica su Divina Comedia – consigue en sus ciento veinticinco años de gobierno una sociedad cívica poderosa, rica y culta; más tarde sucumbe ante el poder de Milán, Francia y Austria, pero es también en el largo periodo de dependencia del León de Venecia durante el cual la ciudad sigue embelleciéndose aún más.
De la época romana se conservan las Portas Bra, Borsani y Leoni; la Piazza Herbe, antiguo mercado de hierbas; el Teatro, tan bien conservado como el Anfiteatro o Arene, que, después del Coliseo de Roma y el de Santa Maria Capua Vetere de Pompeia, es el tercero mayor del mundo y donde en verano se celebran festivales de ópera y otros espectáculos. Y, también le queda el Ponte Pietra, después de que en la Segunda Guerra Mundial se destruyeran otros dos.
Del medievo, de la Verona Scaligera, destacan la Piazza dei Signori, con varios monumentos de esa y otras épocas, como los palacios del Capitano, de la Raggione, la estatua de Dante, la Torre dei Lamberte, que en la cima de sus ochenta y cuatro metros deja ver los Alpes; la iglesia de Santa Maria Antica, con la tumba de Canagrande I. Y sobre todo el bellísimo e imponente conjunto ajardinado del Ponte Scaligero y el Castelvecchio, construido por Canagrande II, en cuyo interior hay un notable museo de antigüedades artísticas de varias épocas.
A lo largo de un entramado de acogedoras calles de la ciudad antigua, que entre dos codos del río tienen el bullicio, la luz y el encanto de las ciudades italianas, se van descubriendo, los Palacios Canossa, Bevilacqua y varias Puertas, como la Nuova, Palio, Vescovo, San Giorgio y Guardia, del periodo en que la ciudad pertenecía a Venecia. En una de esas calles, en el número 27 de Via Capello, está la ya tópica y visitada casa de Giulietta, cerca de las ruinas de la de Romeo. En otra dimensión de interés, también hay muy destacables monumentos como el Duomo, del s. XII, la iglesia de San Fermo Maggiore, románica y gótica. Y la espléndida de San Zeno Maggiore, patrón de la ciudad, el templo románico más ornamentado del norte italiano, con su torre campanario de setenta y dos metros de altura, un retablo de Mantegna y su elegante y amplia nave de basílica romana. En fin, todo un conjunto urbano lleno de joyas artísticas que hacen de Verona una ciudad bellísima.
Dino Buzzati, un clásico italiano del s. XX
En una situación geográfica similar a la de Verona, en el interior del Véneto, a los pies de los Alpes Dolomitas y frente a la llanura, está la pintoresca y pequeña capital de provincia de Belluno, donde en 1906 nace el escritor Dino Buzzati – que murió en Milán en 1972 -, considerado un clásico del s. XX. Fue escenógrafo, pintor, escritor de teatro, poesía y narrativa y trabajó una larga parte de su vida para el diario Il Corriere della Sera. Tiene publicado un buen número de novelas y libros de relatos cortos, que se han traducido a muchos idiomas, de los que El desierto de los Tártaros es su título más emblemático. Ha cultivado un estilo y una temática muy propias, al preguntarse por las cuestiones más importantes del hombre con elementos simbólicos, inquietantes y enigmáticos en un marco de fantasía, desarrollada a través de personajes y situaciones realistas.
El gran retrato (Ed. Gadir, 2006) está por completo en la línea de esta fantasía alegórica. En ella se pueden ver puntos comunes con la atracción intrigante y ominosa del horizonte y la tensa espera en El desierto de los Tártaros, de los sobrecogedores montes de Bárnabo de las montañas (Ed. Littera, 2003) y del misterio y la tensión psicológica de alguno de los cuentos magníficos de Los siete mensajeros y otros relatos (Ed. Alianza, 1996). En este caso, se añade al tema de la narración la preocupación psicológica y filosófica ante la libertad humana, el amor y sus pasiones. La novela se presenta de una manera estudiadamente morosa, aunque no carente de intriga, ambientación y acción atractivas y sugerentes y avanza in crescendo para en su último tercio llegar a unas situaciones inquietantes y llenas de tensión, para abocar un final que mueve al asombro y la convicción.