Alta literatura

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Reseña de La urdimbre y la trama 1. Yo se quien soy. (Adarve, 2020)

Por David Fueyo

Urdir y tramar son dos palabras polisémicas, y con ellas comienza Marcelo el juego con nosotros, lectores dispuestos a jugar. Urdir significa, según la RAE, “preparar los hilos en la urdidera para pasarlos al telar”, pero también “maquinar y disponer cautelosamente algo contra alguien, o para la consecución de algún designio”. Lo mismo sucede con tramar, cuyas dos acepciones son, por un lado,  “atravesar los hilos de la trama por entre los de la urdimbre, para tejer alguna tela”, así como también “disponer o preparar con astucia o dolo un enredo, engaño o traición”.

Comencemos a jugar: la obra se sitúa en un pueblo llamado Belgrey, un nuevo territorio literario que Marcelo construye con gran parecido a su Béjar natal, una tierra muy propicia para la fabricación textil gracias a sus aguas, donde se urde y se trama según la primera acepción de la RAE, pero también de acuerdo con la segunda conforme se avanza por el texto, el inicial de una trilogía en la cual se nos presentan tres personajes principales con voces y perspectivas diferentes.

Marcelo Matas
Marcelo Matas

Mentiría si digo que nuestro juego es fácil. No busquen aquí literatura ágil, superficial o de autobús, porque no van a encontrar nada de esto, ni tampoco sosiego en cada una de las páginas de un texto milimétricamente labrado con cincel de orfebre y hechuras de gran literatura. El autor presenta sus propios códigos y nosotros, los lectores, no podemos más que sorprendernos con esas mayúsculas que presentan los diálogos o las historias dentro de la propia historia, que poco a poco van completando las piezas de un puzle llamado Andrés Retamar.

Página a página conoceremos al personaje durante su infancia a través de sus padres, tejiendo así una imagen profunda y psicológica de un protagonista que vive con miedo, odio y dolor en tiempos complicados, mediados del siglo XX, cuando la Iglesia, la enfermedad y la culpa formaban parte de una cotidianidad perfectamente ensamblada en cada frase.

Quiero incidir en el aspecto psicológico de la obra. Así, los tres narradores exploran los recovecos de sus miserias, salan sus heridas y van creando su propio tejido con una crudeza que no puede dejar indiferente al lector sensible. Especial dolor causan los capítulos dedicados a la madre, quien se dirige a nosotros en segunda persona y nos involucra en la historia cada vez con mayor intensidad, haciéndonos no ya partícipes sino cómplices de sus miedos y miserias.

Espero con impaciencia las siguientes partes para analizar con perspectiva la trilogía completa, pero de algo estoy seguro: estamos en presencia de una obra mayor que supone un punto de inflexión en la trayectoria literaria de Marcelo, valiente al afrontar una empresa de estas características sin plegarse a los dictados del mercado o de las modas. Ojalá todos los lectores disfruten como yo lo he hecho de este juego, de esta literatura con mayúsculas.

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