Cieno, de Ernesto Colsa, o la peripecia que ha de ser crónica de nuestro tiempo. Por David Fueyo. 09/07/2013.

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Cieno, de Ernesto Colsa

La peripecia que ha de ser crónica de nuestro tiempo

Por David Fueyo

 

Con la publicación de Cieno por la editorial asturiana KRK en su cuidadísima colección Valkenburg, Ernesto Colsa culmina una obra en la que ha estado inmerso durante la última década. Lo que en un principio fue concebido como una novela por entregas, ve la luz obteniendo una buena acogida en público y crítica, que ha destacado sobre todo el protagonismo de la palabra con que el autor impregna toda la obra. Cieno no es una novela fácil de escribir pero sí de degustar por el lector, quien, según va pasando páginas e introduciéndose en ella, terminará por darse cuenta de que hacer fácil lo difícil resulta una de las claves más socorridas pero menos llevadas a la práctica por parte de las editoriales, y habitualmente sinónimo de éxito en este complicado mundo de las letras. 

Según la sensibilidad propia del lector, Cieno puede tratarse de una novela humorística, irónica, desenfadada, ligera y surrealista en su contenido, o bien triste, comprometida, crítica, densa e hiperrealista, e incluso una mezcla de todos estos adjetivos, ya que provoca un sinfín de sensaciones. Si se define el término de “novela total” como aquella que trata sobre todos los aspectos de la condición humana, sin duda estamos ante una obra a la que puede atribuírsele este término, pues el largo monólogo interior que vertebra la novela sugiere un abanico de actos y emociones que transitan del amor al odio, de la carcajada al llanto y de la erudita explicación de la estructura de una administración local a un docto tratado en desgaste de suela de zapato.

“En el Ayuntamiento la contabilidades pura artimaña. Aun obviando mi formación exclusivamente jurídica, al poco tiempo de llegar deduje que la forma de proceder al respecto constituye una completa aberración, si bien desde un punto de vista práctico he de reconocer lo ingenioso del método. Como es sabido, los ingresos de estos ridículos consistorios provienen en su mayoría de otras Administraciones, de modo que el primer día del año, cuando debe entrar en vigor el presupuesto, existe total incertidumbre sobre la disponibilidad económica que habrá a lo largo del ejercicio, lo cual no ha de confundirse con la liquidez de las cuentas bancarias, también con endémicos saldos exiguos”. 

» Cieno no es una novela fácil de escribir
pero sí de degustar por el lector 

La novela versa esencialmente sobre la peripecia vital de un funcionario con un pasado disperso al que acaban de asignar a su primer destino como secretario de ayuntamiento en un remoto pueblo llamado Antojanuela. Partiendo de este hecho, con el cual pueden identificarse médicos, maestros interinos y en general el funcionariado destinado lejos de su residencia habitual a lugares que en ocasiones parecen destierros forzados, el protagonista sin nombre, postrado en una cama de la UVI, alterna en cada capítulo un monólogo interior con el que va alambicando una especie de reflexión propia sobre su condición vital (quién soy, quién fui, qué soy, a dónde voy, por qué a mi…), el cual precede al desarrollo de los acontecimientos inmediatamente anteriores a esa postración. Los avatares del funcionario en un pueblo con una idiosincrasia tan diferente de lo que estaba acostumbrado a vivir sin duda darían para un libro a todo aquel que hubiera pasado por una experiencia semejante; sin embargo, en Cieno hallamos un tratado bien documentado y contrastado sobre la existencia en el ámbito rural, sobre los despilfarros que en otros tiempos más boyantes produjeron la crisis que ahora sufrimos, sobre el amor y la soledad, pues el protagonista no deja de ser un solitario, una especie de Clint Eastwood en la trilogía del dólar con quien comparte la carencia de nombre, el aislamiento social y sentirse un extranjero al que todos miran con lupa y del que todos hablan a sus espaldas, urdiéndose así el halo de misterio con el que Colsa impregna toda la historia. Aún así, y pese a que nuestro personaje anónimo resulta ser pornófilo, drogodependiente, obsesivo compulsivo, cleptómano y rencoroso hasta la médula no puede dejar de caernos bien, de conseguir que el lector empatice con su desgracia y siga con simpatía sus desventuras en Antojanuela, puesto que todos podemos convertirnos de la noche a la mañana en un tipo de antihéroe como él. ¿Quién nunca ha temido que el mundo se vuelva en su contra? ¿Quién no se ha inquietado pensando en un futuro en la más absoluta soledad rodeado de sanguijuelas como las que Colsa describe en su novela?   

“Observa el dinero con incredulidad. Se debate entre su avaricia y el desprecio que me profesa; entre las ganas de negarme lo que inexplicablemente necesito con tanta urgencia y la posibilidad de obtener numerario fácil. Al final vence la mezquindad a la satisfacción, como ocurre con los espíritus reaccionarios. Aparentando parsimonia coge el billete, saca la guía de un cajón y la posa con desdén sobre el mostrador; después vuelve a la mesa donde estaba viendo la televisión con su mujer, una recia y obtusa aldeana digna de él.”

» ¿Por qué para esta época no ha de ser
esta novela el referente perdurable? 

La carcajada también tiene su lugar en la historia, bien por el descaro con que el protagonista se enfrenta como burócrata a administrados y compañeros de ayuntamiento, bien por su torticera actuación en la trama amorosa, bien porque en el fondo todos podemos sentirnos identificados con ese personaje sin nombre, con sus situaciones y sentimientos.   

“Uno de los tipos de las mesas, un robusto pulgasari, se levanta con tal ímpetu que tira su banqueta al suelo; me agarra y con una sola zarpa me coloca la cabeza sobre el mostrador. Acerca la bocaza a mi oreja y con su infame acento de
cateto empieza con esa tabarra que ya me va sonando familiar: que si los niños pijos de fuera, que si he venido al pueblo a violar limpiadoras, que si tan poco me gusta esto vuelva a mi puta ciudad y bla, bla, bla… Con un hilo de voz le mando a tomar
pol culo, y él me agarra del pelo y me suelta tal revés a continuación que por poco acabo descoyuntado. Caigo sobre una mesa donde unos ancianos juegan al mus, desparramando orujos y amarracos.”

Resulta difícil encontrar hoy en día una novela que aúne tantos alicientes, que abarque tantos segmentos de lectores tipo y que deje tan buen sabor de boca al ser degustada. Toda generación necesita sus trovadores, sus escritores, sus cronistas literarios. ¿Por qué para esta época no ha de ser esta novela el referente perdurable? Adéntrense en el mundo de Ernesto Colsa, en su Cieno, y déjense llevar por esta novela fascinante y llena de lirismo desde sus primeras páginas, con una factura perfecta y una indiscutible calidad literaria que convertirá a su autor, si no lo es ya, en una referencia para una generación, la nuestra, la que ha vivido (y aún vive) la crisis de los 2000 en sus propias carnes y que lucha con todo su empeño por salir de ella sin renunciar a mostrarse crítica, incluso corrosiva, con los causantes de cuanto ahora sufrimos. Porque de aquellos polvos vienen estos lodos.   

 

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