Las confesiones de un bibliófago, de Jorge Ordaz, por Armando Murias Ibias. 30/04/2014

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Ya avisa José Luis Melero en el prólogo: “imprescindible para aquellos que quieran conocer y adentrarse en los entresijos de este apasionante mundo de quienes han perdido la cabeza por los libros”. Efectivamente, la novela está dirigida a todos los amantes de los libros, sobre todo a los amantes que llevan su pasión hasta la extenuación, hasta el goce absoluto.
El relato empieza con los instintos biblioclastas del protagonista en la infancia a causa del furor bibliófilo de su madre. Más adelante, bajo la tutela de su tío, que pertenece al grupo de los filóbiblos (antes de que se popularizara la palabra bibliófilo), lo introduce de cabeza en el universo librario. Los acontecimientos políticos lo empujan al exilio, así recala en Londres. De la mano de un maestro encuadernador y biblioterapeuta, aprende el difícil “arte de vestir con distinción a los libros”. Pero su pasión por los textos escritos no se detiene ahí. Ingresa en el clandestino Club de los Comedores de Libros, un grupo radical de bibliómanos cuyo frenesí por los libros no conoce límites, un selecto club de bibliófagos en el que están excluidos las mujeres, los clérigos y los escoceses. En este nido de amantes de los libros sobre cualquier otro manjar conoce biblioparvos, bibliotafios y demás criaturas librescas. ¿Nunca oyeron que los libros pueden formar parte de la dieta de los humanos? Parece evidente que lo que alimenta el espíritu también puede nutrir el cuerpo. El protagonista nos dice: “es fama que los arrojados tártaros comían libros con el fin de adquirir el conocimiento que pudiera haber en ellos” (pág. 76). Termina su periplo el protagonista en su Cataluña natal poco después de la desamortización de Mendizábal recomponiendo los maltrechos volúmenes que los clérigos tuvieron que abandonar en los anaqueles monásticos.
 
» "la lectura es una de las vías
que nos acerca a los libros […]
Pero no es la única"
 
El tocayo del autor, el argentino Jorge Luis Borges era feliz en una biblioteca porque en ese universo estaba depositado todo el conocimiento humano, el protagonista de Las confesiones de un bibliófago también es feliz en su biblioteca, pero por otro motivo, porque “la lectura es una de las vías que nos acerca los libros […] Pero no es la única” (pág. 133).
Acorde con el tema que se trata en las páginas de Las confesiones de un bibliófago, (reeditado después de 25 años) la editorial Pez de Plata nos ofrece una esmerada edición para que el placer de la lectura sea superior al de la bibliofagia porque no cabe duda de que el texto de Jorge Ordaz tiene el aroma y el sabor de la erudición universalista envuelta en la perfección del lenguaje que constituyen un exquisito bocado que pueden degustar todos los sentidos.
 
 
 

 

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