Moonflower Vine,
Jetta Carleton,
1962. Traducción: María Teresa Gispert.
Editorial Libros del Asteroide. 412 páginas, 18€.
Con una traducción inexacta en español, puesto que la novela trata de todos los integrantes de la familia, con especial hincapié en el padre, y olvidándose de la pequeña de las hijas, ha llegado a España esta primera y única novela de Jetta Carleton, escrita en los años 60 pero basada en sus recuerdos de infancia a mediados de siglo, en la rural América del Sur.
Algo desordenada en su planteamiento, como si estuviera escrita a salto de mata, entre tarea y tarea de la escritora, dividida en los personajes de la familia, escogidos cada uno en una parte de su vida sin orden ni concierto, el lector ha de volver atrás en su lectura para que engarcen las piezas. Cuatro Hermanas no tiene un argumento claro ni un desenlace, sino que se limita a describir a sus personajes con sus acciones, y sobre todo, con sus pensamientos, pues es una novela interiorista que rehúye todo tipo de acción (a pesar de estar plagada de elementos dramáticos).
Y aún así, es una novela notable. Enfoca la luz sobre las oscuridades del alma humana; es generosa con el lector, pues muestra los pensamientos de sus protagonistas sin que ellos mismos lo sepan. Nos enseña los secretos del Hombre, sus miedos, sus carencias, sus errores, sus tonterías, sus tragedias. El lector acaba sabiendo de la familia más que los integrantes de la misma. Y quizás su originalidad estribe en que no escatima sensibilidad en unas personas sencillas, de ambiente rural. Les hace partícipe de los mismos miedos que asolan a los príncipes de las grandes tragedias. Consigue que la familia Soames sea protagonista de su propia vida.
Más dura de lo que pueda parecer, gran evocadora de la naturaleza (que aparece como otra protagonista, algo con vida propia, más grande que cualquiera de los personajes y por tanto enorme en su consuelo), con una prosa sencilla, limpia, clásica y quizás algo pasada de moda, Cuatro Hermanas seduce por su encanto, por una contagiosa alegría de vivir, por una ternura predecible que en determinados pasajes (el de Callie, al final del libro, cuando uno sólo espera poesía y un tierno cierre) se convierte en auténtica sorpresa. Jetta Carleton no escribió más, y es una pena, pero por otro lado, al leer esta obra, se entiende. En ella están todas las respuestas a las preguntas planteadas, todas las vidas resumidas, todos los interrogantes, averiguados.