El narrador de historias fantásticas
Visión Libros, Sevilla, 2010
175 páginas
José Ángel Ordiz Llaneza (San Martín del Rey Aurelio, Asturias, 1955) está dejando de ser un “escritor invisible”, como él mismo se califica pensando seguramente en los muchos años que ha pasado escribiendo en silencio, con el único empeño puesto en hacer lo que al fin y al cabo todo escritor que se precie de serlo sabe que está condenado a hacer: escribir y escribir sin esperar más reconocimiento que el propio, aquél que se satisface en cumplir el compromiso que uno tiene como escritor. Así, desde hace un tiempo Ordiz Llaneza está sacando a la luz toda la obra que tenía guardada en el cajón, que parece que no es poca, pues el propio autor vaticina que tiene colmado el cupo de publicaciones con vista a los próximos dos o tres años. A esto se le añaden los premios que suele cosechar con sus obras, como el reciente Premio de la Crítica de Asturias en la modalidad de cuento en lengua española, por su libro Relatos impíos (Ediciones Atlantis, 2009), y la selección –aunque al final no galardonada— de una novela suya entre las diez finalistas de la última edición del Premio Planeta.
En El narrador de historias fantásticas el autor sigue la tradición de los relatos orales transmitidos al calor del hogar en las frías noches de invierno, donde un narrador —al que han dado refugio unos personajes que no tienen más presencia en el relato que el de ser meros escuchantes de la historia— va contando un largo cuento en el que se entrelazan, a través de un espacio limitado y un tiempo indefinido, las fantásticas aventuras de los personajes que lo pueblan. Al igual que en Las Mil y una noches, se nos transmite la necesidad vital del narrador en contar “su” historia y, como una especie de Sherezade vagabundo que se ve “condenado a repetir” su relato para agradecer el alimento y el cobijo, el peregrino habla de cómo la vida y la muerte se persiguen, de cómo “caminan tomados de la mano” el amor y el odio, la maldad y la bondad, la crueldad y la ternura, la ignorancia y la sabiduría, el dolor y el placer, la verdad y la mentira, y de qué manera no son más que ramas del mismo árbol de la vida.
En esa dualidad, que contribuye a relativizar los episodios más rotundos de la trama, se mueven los personajes, empezando por Remedes que, tras matar a su hermano Filipo y forzar a la hermosa Petria, se ve obligado a huir de El Mar del Sur, donde faenaba en la barca que compartía con su hermano, a través del vasto territorio formado por Los Valles del Oeste, Los Bosques del Este, Las Montañas, Los Desiertos, Las Ciénagas, el Oasis de las Esencias y La Región de los Hielos Azules habitada por los Bárbaros del Norte. En su huída se junta con Almudio, el cazador de alacranes, con el que correrá aventuras fantásticas entrelazadas por personajes como la hermosa Bel, Arturo el poderoso, Tobías y Melina los eternos, Arquín el sabio, Pit el enano y Pisón el gigante, Nerea la bruja, Valior el pescador, Doria la dulce, Telesforo el impetuoso, Orlando el flautista, Pol el apuesto, Nirvania la princesa, Rex el poderoso, Rosalinda la hija predilecta de los Bosques del Este, Zalamías el chico, Gregor el juglar vagabundo y algunos más que, en su singularidad, contribuyen a alcanzar la verosimilitud que exige todo relato fantástico y a que el lector traspase, sin mayores sobresaltos, esa fina raya tras la que sabemos que suceden los hechos extraordinarios.
El autor, siempre tan cuidadoso con los aspectos formales, utiliza en todo momento el punto de vista del narrador oral, al que introduce de vez en cuando en la trama del relato para justificar su propio relato y orientar a los oyentes –al lector- sobre algunos aspectos de lo narrado, a través de una bellísima prosa que continuamente trae y lleva al lector a través del tiempo y el espacio en el que transcurre la trama. Los diálogos están inmersos en el mismo cuerpo de la narración, un largo y único párrafo donde la ausencia de puntos y aparte no debería suponer un problema para la mirada atenta de los jóvenes lectores.
Se trata de una novela que, aunque no se presente bajo el sello de literatura juvenil, pueden leer los jóvenes lectores a partir de los 14 años, sobre todo, como su título indica, los que disfruten con las narraciones fantásticas de corte más clásico, aquellas en las que aparecen princesas y príncipes, héroes y guerreros, arrebatados por odios y amores desgarrados.