Cuervos
Glénat, 2009
Si en los 60 La naranja mecánica de Anthony Burguess marcó un antes y un después a la hora de retratar la violencia en las calles (en aquellos momentos bautizada como ultraviolencia, y, no olvidemos, esta obra está basada en hechos reales ocurridos en los años 40 al propio Burguess y a su esposa, brutalmente violada por cuatro militares del ejército estadounidense), quizá hoy en día nos falte un referente literario que retrate los múltiples tipos de violencia que se producen a diario en nuestro mundo.
Posiblemente los telediarios o las páginas de sucesos nos hayan acostumbrado a masticar con sangre, muertos y vísceras, injusticias de a diario, por lo que a muchos y muchas la naranja de Burguess nos parezca poco más que un recreo adolescente de nuestros días, adornado, eso sí, por las imágenes que el genio Kubrick filmó cuando adaptó la novela a la gran pantalla.
Ante la falta de ese referente literario, o quizá ante la sobreexposición de la violencia en los medios, poco o nada nos sorprenden algunas novelas que con mejor o peor suerte tratan el tema, (me viene a la cabeza un título, también referente en el ámbito de la violencia, como es El club de la lucha de Palahniuk) y que usualmente no llegan a presentar nada nuevo más allá de lo que muestran los noticiarios cada día.
Encontrar Cuervos de Richard Mazarano con dibujos de Michel Durand ha sido para mí encontrar este referente violento acorde a nuestros días, ese paso más allá de lo que cuentan los telediarios, ese referente literario en forma de novela gráfica que habría de perdurar en el tiempo como retrato de una época convulsa en la que la que vemos de todo y para todos, sin pensar que en ocasiones sólo nos muestran la punta del iceberg de grandes dramas con la violencia y la corrupción como protagonistas principales. Su acción se desarrolla muy lejos de donde escribo esta reseña, es verdad, pero no por ello la siento lejana, no me considero cómplice pero si partícipe de un mundo cada vez más global y globalizado. Lo que cuenta está ahí y debiéramos conocerlo.
La obra se presenta en cuatro capítulos, en su momento editados de forma separada y desde principios del año 2010 recogidos en un solo volumen por la editorial Glénat, especializada en manga y novela gráfica. Si bien el primero de estos formatos puede ser quizá demasiado lejano a nuestra realidad (caballeros de 15 metros disputándose el escudo de la inmortalidad y demás epopeyas visuales), la novela gráfica en sí es un género muy a tener en cuenta para reflejarnos lo que acontece a nuestro alrededor con la ventaja de poder hacerlo desde un punto de vista literario aderezado con imágenes que en ocasiones hablan por si mismas.
Tras quedar enganchado al género gracias a novelas como Inolvidable o Estafados, de Alex Robinson o Pyonyang, de Guy Delisle, llega ahora este torrente de violencia que forman las 190 páginas de las que se compone Cuervos, la historia de Juan, un niño de la calle de Medellín que poco a poco va tomando relevancia en el cártel de Medellín gracias a su falta de ética y remordimientos en un mundo en el que le han enseñado a carecer de este tipo de principios.
La historia no está magistralmente (ni mucho menos) dibujada. Durand gusta de la viñeta breve, pequeña, incluso confusa, y de utilizar sucesiones de las mismas para retratar espacios muy cortos de tiempo en los que, (teóricamente), entre la confusión no ocurre nada. En Cuervos, hay que leer entre líneas, hay que intuir entre las viñetas qué es lo que realmente está pasando, porque, eso sí, la ultraviolencia se retrata con apenas unas pocas gotas de sangre que ni siquiera es roja, sino de un color marrón oscuro. Es esa sutileza, esa ausencia de cuajo sanguíneo lo que más llama la atención en una historia en la que la violencia, las mutilaciones, la muerte, están presente de forma abundante en toda la obra.
Juan parece carecer de todo tipo de sentimientos, asesina hasta a miembros de su propia familia con tal de llegar a una cúspide social, política y familiar que ni siquiera intuye que es su propio declive como persona, no como ser humano, diferenciando ambos conceptos en la ausencia o no de una ética que inhibe a las personas de efectuar determinados actos, y sobretodo, de tener remordimientos. La personalidad del niño sicario es compleja, y a medida que pasan los capítulos y va creciendo (hacia un Juan adolescente, hacia un Juan joven y hacia un Juan anciano), esa madeja de sentimientos que guarda muy adentro va aflorando hasta convertir su existencia en un auténtico infierno que en algún momento ha de explotar. Es ese viaje a la sima moral el que cuenta la obra, mostrando la contradicción de un hombre que se da cuenta de que alcanzándolo todo al final no tiene nada.
Los autores tratan de una forma escalofriante el problema de los niños sicario, de cómo las mafias van buscando esos niños olvidados de toda gran ciudad, esos que ni siquiera se esconden para esnifar pegamento y que viven entre las ratas. Son los propios cuervos del título (muy bien elegido, por cierto), los que al final acaban comiendo sus ojos cuando son arrojados sin contemplación en cualquiera de los múltiples vertederos de la Colombia profunda. Con una escalofriante escena relacionada con los córvidos termina el primero de los capítulos que conforman el volumen, sin duda el más notable. A medida que transcurren las páginas encontramos un protagonista que a ratos se asemeja al Tony Montana de Scarface, aunque también los autores beben del mito sionista del Sansón que no ha de cortarse el pelo. A cada cambio en su cabello Juan va un paso m&aac
ute;s allá en su crueldad, en su locura. Juegan también un importante papel los “padrinos” de estos niños-sicario, por un lado los que encarnan el lado noble de esta historia que bien pudiera estar ocurriendo ahora mismo, los que pretenden sacarlos de las calles y hacer de ellos hombres de provecho, también hay otros “padrinos” con no tan buenas intenciones, los niños asesinos son sus hijos, nietos, ahijados, lo que sea mientras hagan falta, luego, una vez que el trabajo está cumplido, los niños o desaparecen o les hacen desaparecer. Otro habrá posteriormente que siga esnifando pegamento y que supla a los primeros.
En definitiva, el relato gráfico que nos ocupa es muy recomendable como retrato de una época, esta en la que nos ha tocado vivir, y de la que, a pesar del exceso de información que de ella poseemos, apenas conocemos nada. 190 páginas que servirán también para, como dice la canción de los pamplonicas El columpio asesino, ser alpiste del bueno para el cuervo negro que habita en nuestro corazón.