Dos novelas de Iréne Némirovsky. Por Ángel García Prieto. 05/05/2009

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Iréne Némirovsky (Kiev, 1903 – Auschwitz, 1942) huyó de la revolución rusa a Francia y tras establecerse en París con su acomodada familia de origen judío estudió letras en la Sorbona, para comenzar una brillante carrera de creación narrativa. Pronto, junto con su marido también judío, es víctima de la persecución nazi y sufren la deportación a Auschwitz, donde fueron asesinados. Los hijos salvaron los borradores que no habían sido publicados hasta entonces, entre los que se encontraba la novela Suite francesa, quese editó en el 2004 con enorme éxito en varios idiomas y recibe el Premio Renaudot y la atención de los lectores, que ha servido para favorecer la posterior edición de varias de sus novelas.

El maestro de almas (Ed. Salamandra, 2009. 221 págs. Traducción del francés de José Antonio Soriano Marco) fue publicada en 1939 en entregas para un semanario y en el 2006 como libro. Es la historia de un refugiado ucraniano que lucha encarnizadamente por hacerse valer como médico y tratar de conseguir la integración de su familia en la sociedad francesa. No duda de llevar a cabo las prácticas profesionales y sociales más ventajosas, incluso al margen de la deontología, la ética y la moral, para conseguir su fin. La época de entreguerras, el auge del psicoanálisis y las modas de la sociedad burguesa parisina y de la Costa Azul favorecen que consiga un éxito de relumbrón entre pacientes neuróticos influenciables en su búsqueda de la felicidad.

La historia va tomando una compleja dinámica de entrecruzamientos de personajes prototípicos para representar los éxitos y depravaciones de un ambiente social y profundizar en la psicología de esas personas, sus ambiciones, tribulaciones, generosidades y sus conductas depredadoras. La novela tiene algo de folletín, pero no pierde la calidad, el poso, la factura de la obra de una autora que triunfó con su escritura. Obra que de alguna manera parece proyectar ese desarraigo del exilio que ella misma no logró superar, a pesar del éxito social. Un epílogo de quince páginas, escrito por dos biógrafos de la escritora, aclara con amplitud las perspectivas de los intelectuales sobre la situación de los exiliados rusos y judíos de aquella época en Francia.

Un niño prodigio (Ed. Alfaguara, 2009. 100 págs. Traducción de Miguel Azaola) es una novela corta, con la historia de Ismael, un niño judío pobre de una ciudad del Mar Negro capaz de cantar con un desgarrado sentimiento las penas y alegrías de su gente. Con sus actuaciones en las tabernas del puerto llega a fascinar a un poeta que le introduce para ser acogido en el ambiente de una riquísima mujer, llamada “princesa” por su corte de aduladores. Tras unos años de agasajos y esplendor en esa vida despreocupada y fácil, tendrá que enfrentarse a una adolescencia que cambia su trayectoria.

La narración está llena de fuerza, interés y buena literatura. Tiene una lectura directa y lineal, de historia posible y es un prototipo, si se quiere, de fábula sobre la infancia y la adolescencia, aunque una fábula para adultos. Está, sin embargo, publicada en la colección infantil y juvenil de la editorial, cuando su contenido es bastante pesimista y dramático; con un final nada apropiado, incluso claramente desaconsejable, para chicos en esa época de transición tantas veces difícil, pues la salida no es nada alentadora precisamente.

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