El Gatopardo, de G.T. di Lampedusa, por Miguel Rojo. 25/02/2010

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Vuelve El Gatopardo. En realidad, la obra póstuma de Giuseppe Tomasi di Lampedusa , como todos los libros “inmensos”, nunca se ha ido. Ya forma parte de nuestra forma de entender el mundo. Pero esta nueva y cuidada edición de Edhasa sirve de excusa para volver a leerlo o para envidiar a aquellos que van a gozar por primera vez de la novela y del sofocante mundo del príncipe Salina; un príncipe al que resulta muy difícil no ponerle la cara de Burt Lancaster por culpa de la inolvidable película de Visconti, donde actuaba junto a un jovencísimo Alain Delon y una Claudia Cardinalle que, sin restarle meritos a sus ojazos, con sus muecas y morritos no deja de parecerse a una actriz del porno barato.

 

En el prefacio del libro, Gioacchino Lanza Tomasi, sobrino e hijo adoptivo de Lampedusa, nos cuenta los avatares del texto antes de su publicación. No corrían buenos tiempos para una novela como El Gatopardo, centrada  en la decadente historia de una familia aristocrática siciliana de finales del S XIX; el propio Lampedusa define  su novela en una carta dirigida al barón Enrico Merlo: “Me parece que tiene cierto interés porque muestra a un noble siciliano en un momento de crisis…, cuál es su reacción y cómo se va acentuando la decadencia de la familia hasta su desintegración casi total; pero todo eso visto desde dentro, con una cierta identificación del autor, pero sin ningún rencor”.
 
Como decía, el ambiente cultural italiano del momento, dominado por una literatura centrada en los problemas sociales de un país apenas salido de la posguerra (ahí están los Sciascia o Pavese…), hizo que las editoriales más importantes, Mondadori y Einaudi, rechazaran aquella anacrónica novela. Un año después de la muerte de Lampedusa apareció la obra publicada a cargo de Basan; aunque enseguida se puso en tela de juicio, dadas las discrepancias que había entre el texto impreso y el manuscrito dejado por el propio autor.
 
La edición que ahora comentamos se anuncia como la definitiva. Quizás para los especialistas en la obra del siciliano, estos añadidos puedan resultar de gran interés, pero para el común de los lectores, la nueva revisión poco o nade suma a la bondad de lo ya conocido. Podríamos decir que en el libro no es necesario cambiar nada para que todo siga igual de genial, contradiciendo la archifamosa sentencia de Tancredi, el sobrino del príncipe Salina, cuando haciendo gala de un notable cinismo y de su conocimiento de lo humano, le asegura a su tío, temeroso por la llegada de Garibaldi y un nuevo orden a Sicilia y luego a toda Italia, que era necesario cambiarlo todo para que todo siguiera igual.
 
El Gatopardo, aceptada al poco de publicarse como un clásico de la literatura del s XX, nos cuenta, no por repetido menos dramático, la sustitución de clases en el poder. La mirada sabia del Príncipe Salina entiende –y acepta resignado- este cambio como la obligada renovación de los actores principales de esta comedia que es la vida: “Nosotros hemos sido los Gatopardo, los leones; quienes ocupen nuestro lugar serán los pequeños chacales, las hienas; y todos, Gatopardos, chacales, y ovejas, seguiremos creyéndonos la sal de la tierra”.
 
La esmerada traducción de Ricardo Pochtar, poeta y residente en Xixòn (creo que su trabajo serviría de maravilla a la nueva campaña del Principado “Hecho en Asturias”), cumple a la perfección con el estigma de los traductores: mejor cuanto menos se note su trabajo. Leyéndola, se tiene la sensación de estar escuchando al príncipe Salina decirnos con su voz profunda, en perfecto castellano, mientras observa las agostadas tierras sicilianas alrededor de su palacio de Donnafugata: “¿Qué, el amor? Si, el amor. Si claro, el amor. Un año de llamas y pasión y treinta de cenizas”.
 
Un clásico de la literatura, ya lo dije.                                                    

 

 

 

 

 

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