Resulta inevitable comparar El miedo con otros clásicos sobre la Primera Guerra Mundial, que son habas contadas frente a los ambientados en la segunda gran conflagración. El cotejo con Sin novedad en el frente parece el más adecuadodada la identidad argumental, bien es cierto que desde bandos opuestos, pero el halo de melancolía que impregna la obra de Erich Maria Remarque muta en exabrupto en la de Chevallier, aunque ambas persiguen idéntico objetivo: desnudar el horror del frente, poner de manifiesto el absurdo del conflicto. El miedo es un alegato brutal frente a los instigadores de la monstruosa carnicería, quienes dirigen las operaciones desde la comodidad de sus poltronas mientras la tropa sufre todo tipo de privaciones en unas trincheras frías y hediondas.
Este antibelicismo constituía una posición políticamente muy incorrecta en el momento histórico en que la obra fue concebida, hecho que corrobora su primer capítulo, donde asistimos con estupefacción al júbilo del pueblo ante la declaración de guerra, así como al linchamiento de un disidente que osa mostrar su disconformidad con la opinión general; los propios soldados, por su parte, ven en la movilización una excitante aventura que los saque de sus rutinas. La novela abarca la integridad del conflicto, pues se extiende hasta las confusas jornadas tras el armisticio, donde los soldados vagan desconcertados por el frente, ayunos de órdenes, y dudan sobre la certeza de los rumores. No deja de ser una ironía que las circunstancias obliguen al protagonista —trasunto del propio Chevallier— a permanecer en activo hasta el final de la contienda, cuando en ningún momento niega que su único anhelo es el de escabullirse del frente. Sólo consigue su propósito durante el breve período de convalecencia en el hospital a causa de una herida de guerra no invalidante que tiene la suerte de sufrir, y por la que muchos de sus compañeros son capaces de autolesionarse aun a riesgo de sufrir el consiguiente consejo de guerra.
La novela de Chevallier desmitifica la lucha; no encontramos en sus páginas heroísmo ni patria, ni siquiera odio. Por el contrario, hay en El miedo aburrimiento, mierda y piojos; frío, cieno y hambre. Asistimos a la transición entre el combate decimonónico y las estrategias modernas, sin que la irrupción de los carros blindados pueda evitar el estancamiento del frente durante casi toda la contienda, ni que cada exiguo avance sea posible a costa de miles de vidas. Porque es preferible la destrucción total e instantánea que nos procuran las armas actuales a esta interminable agonía en las trincheras, por cuanto implica la prolongación de un sufrimiento que saben completamente inútil quienes lo padecen.
La tesis el El miedo queda formulada de forma magistral en la cita de un tal teniente coronel Ardant du Picq, con que se abre uno de los capítulos: “El hombre en el combate es un ser en el que el instinto de conservación domina momentáneamente todos los sentimientos. La disciplina tiene por fin domeñar ese instinto mediante un terror mayor”.