El turista perplejo. Cuadernos de viaje, de Ernesto Colsa
Ed. Pez de Plata, Oviedo, 2020, 263 págs.
Por Armando Murias Ibias
Comencemos por lo más tangible: el material con que está elaborado el libro me recuerda otros tiempos mejores en el mundo de la edición (el papel, el tacto, el olor), que debemos agradecer a la excelente editorial asturiana Pez de Plata.
Continuamos con el título. El turista perplejo, y el subtítulo, Cuadernos de viaje, donde aparecen dos términos, turista y viaje, que dan mucho que hablar y sobre los que se ha escrito bastante más. Turista, viajero, caminante, correcaminos, vagabundo, aventurero, forastero, migrante son etiquetas que todos nos hemos puesto, o evitado, cada vez que cambiamos de lugar.
Los que conocemos a Ernesto Colsa sabemos sus virtudes: que le gusta abrevar en los garitos más cutres y visitar los países menos turísticos. De esta combinación surge el turista perplejo, un viaje a las esquinas más disparatadas del planeta.
En la primera excursión ya nos advierte de que en todos los rincones, incluso en los más perdidos del lago Titicaca, nos estará esperando una cuadrilla de lugareños convenientemente ataviados con la intención de esquilmar al intrépido que pisa aquellas tierras de las que nunca había oído hablar.
El segundo viaje nos lleva a Corea del Norte donde el autor es guiado a lo largo de agotadoras actividades con las que las autoridades pretenden enseñar a sus amigos un país presuntamente incontaminado por la depredación capitalista.
Una de las precauciones básicas a la hora de contratar un viaje por internet consiste en asegurarnos de que el nombre de lo que estamos comprando coincide con lo que tenemos en la cabeza. Pero está precaución no la tuvo el autor, que se dejó engatusar por el módico precio de un viaje a Sídney, sin constatar que en diciembre el Sidney del norte de Canadá no es un lugar para ir con chanclas y bañador. Resuelto ese contratiempo, el autor viaja al Sidney australiano con otros tres amigos que la aventura convierte en lobos solitarios.
Continúa el viajero por las remotas tierras balcánicas en las que pocos atractivos tienen que ofrecer a los turistas, excepto a aquellos que buscan precisamente estas anomalías, como Transnistria, un país postsoviético sin reconocimiento internacional, o el Mostar postbélico después de la masacre entre bosnios y croatas, o la Tirana posterior al colapso comunista del legendario Enver Hoxha, o Pristina, capital de Kosovo, una impostura de país desgajado y en formación, lugares tan ignotos y estrafalarios en los que el turista no deja de sentirse perplejo.