Acabo de terminar de leer con calma el poemario “El espíritu de la escalera” del poeta y escritor asturiano David Fueyo. Su lectura me ha dejado casi patidifuso en un sentido positivo, porque resulta difícil verbalizar el efecto peculiarmente intenso que esta obra me ha arrojado en el ser, el sedimento de este libro de versos en el alma del que escribe este artículo.
Bien, “El espíritu de la escalera” es un libro de poemas expresionistas, existencialistas y también amatorios, pero a la vez es mucho más que eso, y resulta casi inefable de explicar debido a su contundencia e intensa raigambre y multiplicidad, tanto expresiva como conceptual. La obra está dividida en tres partes, que son “La angustia del reloj”, “Cartografía innecesaria” y “Cosmética del caos”. A modo de cordial advertencia, debe decirse que este libro es un uppercut en medio del rostro del lector. No admite una lectura superficial; por el contrario, los poemas son tan descollantes que el que lee, atónito, debe repasarlos algunas veces para desentrañar ora el significado, ora la impresión de calcinación sentimental que el poema fija en él.
La primera parte quizá sea la más existencialista de las tres, por cuanto pasa revista al problema del tiempo, la fugacidad de los momentos enfrentada a su más íntima trascendencia. Los poemas están plenamente logrados y cobijan de una parte líneas brillantes y crípticas junto a sentimientos reconocibles, pero hábilmente –y también personalmente- expresados. Se percibe en algunas resonancias de esta versificación un hastío por la vida posmoderna, un canto al exceso del deseo en confrontación con la plomiza realidad vivencial que resulta ser, sin mucho asomo de duda, el problema cumbre de la época que nos ha tocado vivir. David Fueyo recurre a cajas herméticas de onirismo soterrado, tan sólo para hacerlas estallar en la frente del lector: no hay concesiones apenas para lo naïf, y los momentos de reposo son escasos; el poema se hace tensionalmente, como querría Keats, logrando de esta manera una efectividad desbordante. Sin embargo, estas sensaciones están pasadas abundantemente por el tamiz de la inteligencia, lo cual hace de la obra algo doblemente aprovechable. No existe en “El espíritu de la escalera” un solo poema que no sea digno de ser leído. La capacidad de génesis del autor explota en el artefacto verbal como el ácido lisérgico en la mente del psiconauta. Se ha de resaltar también que, conforme transcurre la obra, los poemas transitan y se desplazan hacia el sentimiento amoroso, quizá a modo de resolución de los temas que han desfilado por el libro previamente, fundamentalmente el tiempo y la soledad, aunque también la otredad y el concepto de alienación, por ejemplo.
Por último, comentar que el libro está editado por Falcón Espacio Creativo, numerado y limitado a 250 ejemplares y con un tacto muy cuidado por la selección de los papeles, y que es pues una edición diríase que casi de lujo, con abundantes grafismos interiores a cargo del pintor Juan Falcón y una original y sorprendente maquetación por parte de Sandra Márquez. Incluye un prólogo del escritor Diego Medrano, en el que entre otras cosas se pasa revista al concepto “espíritu de la escalera”, acuñado por los enciclopedistas franceses del siglo XVIII, que va desde de lo general –el concepto- hasta lo particular –los poemas- desde una perspectiva cuasipsicológica, amén de un epílogo confeccionado por el poeta Pelayo Fueyo en el que se desgranan prolijamente las características y calidades de la obra.