Gaviota 2.1, de Anton Chejov, en versión de Sergio Gayol sobre el texto. Por Armando Murias (17/01/2010).

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En torno al Teatro Jovellanos siempre hay algún buen proyecto o una mejor realización. Una de ellas es el Premio Teatro Jovellanos, que empezó su andadura valorando textos que pocas veces subían al escenario porque quedaban en el cajón de los mejores deseos. Actualmente se premia una producción escénica. El premio 2009 fue para Gaviota 2.1, una versión de Sergio Gayol sobre el texto de Anton Chejov, que el 14 de enero de 2011se puso en escena sobre las tablas del teatro gijonés. Tenemos que considerar que la fecha escogida forma parte de la simbología de su teatro porque el día 17 de enero de 1860 nacía el autor ruso, una buena manera de celebrar su 150 aniversario.

La compañía que montó el espectáculo (Freedonia Producciones) es, desde su nacimiento en 2008, un lugar de encuentro para la experimentación y para proyectos de largo alcance. Ambos objetivos se cruzan en Gaviota 2.1, una obra adelgazada en sus personajes que conserva lo esencial de la trama original.

Sobre un escenario casi desnudo sobresalen cuatro columnas de luz que separan el mundo de los sueños (el lago y la gaviota en la parte trasera) del espacio de la amarga realidad, bien visible en primer plano. Nada más. Porque la orquestina (Jacobo de Miguel al piano y Marcos Baggiani en la percusión) y la espléndida voz (Mapi Quintana) quedan en la penumbra de un segundo plano a pesar de que colaboran en el clima de ensoñación que flota sobre el escenario. En ese vacío de la nada y de la inutilidad se mueven cinco personajes en la búsqueda de algo que les dé sentido a su vida, que los aparte de la miseria de ser humanos porque la gaviota (y con ella las ilusiones) va a morir pronto. Ese desencanto también se expresa visualmente con el cromatismo del vestuario, que comienza deslumbrantemente blanco en las primeras escenas para irse oscureciendo a medida que se suceden los hechos, lo mismo que la iluminación. Los actores son casi todos de las últimas hornadas de la Escuela Superior de Arte Dramático (Gijón), y muestran sobre las tablas que esos estudios sirven para algo más que para colgar el título en una pared. Irene López (como la ilusa Nina, poliédrica, radiante en un principio y defraudada al final), Félix Corcuera (el dramaturgo experimental Konstantin que se ve tragado por la miserable realidad), Carmen Sandoval (como la aparente Arkadina, que sólo vive para la galería social), Sandro Cordero (con el papel de Trigorin, el autor consagrado que daría un riñón por sentir que la sangre corre por sus venas) y Ana Bercianos (como Mascha, resignada y triste como la ropa que viste) hacen posible con su buen hacer que los conflictos de amores, engaños y desencantos que escribió Chejov resulten creíbles a los espectadores del siglo XXI. El éxito de esta actualización hay que buscarla en la labor del director Sergio Gayol, que realizó una espléndida versión desde el texto original con una acertada dosis de transgresión depurando elementos hasta dejarnos que el espíritu de Chejov volara sobre nuestras cabezas con una reflexión sobre la vida y el arte. También es de agradecer (dentro de este ambiente transgresor) que el humo de los cigarrillos se elevara en el escenario, por encima de la mojigata normativa que lo prohíbe.

Con el fracaso de esta obra el día del estreno (1896), Anton Chejov renunció a seguir escribiendo teatro. El llenazo del Jovellanos para verla demuestra una vez más que el Arte es un ser vivo que necesita de todo nuestro arrope.

Es de esperar que el esfuerzo de Freedonia Producciones no se detenga con esta representación. En Asturias (y fuera) hay muchos escenarios que se están apolillando por la falta de una programación teatral convincente. Está claro que público sí existe. 

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