HUELLAS DE AMOR. Reseña

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Autora: María Esther García López

Título: EROSione, traducción al italiano de Emilio Coco

 

Por Aurelio González Ovies

Con borrador y con lápiz me propongo no suprimir nada, ni comas, ni puntos, ni metáfora alguna, en esta entrega… Ni los arcos esbeltos de melancolía, ni el tinte decadente con el que se marchita el color de los días. Tan solo los espacios amargos y el contagio del miedo o de la indiferencia. Esther entreabre sueños, alumbra complicidad; es una poeta del mundo y todos sus paisajes, del árbol y sus raíces, de la edad y sus aldeas abandonadas. Una artesana de la palabra, una indagadora del lenguaje que averigua, en este volumen se podrá comprobar, cómo funcionan los sentidos, cómo se mueve el amor, cuánto usurpan sus esporas. Hasta dónde se aventuran sus vilanos leves como la fragilidad de nuestra estancia aquí.

Difícil de apilar en el corazón [de cualquier humano] tanta emoción y tanta intensidad:

 

En cada uno de sus libros hubo una búsqueda de expresión -tanta como lluvia y acordeones y bruma y lágrimas y socavones y estrellas- cada vez más íntegra, y en esta antología nos ofrece una colección de composiciones en las que se poetizan, desde la cercanía y con admirable destreza, el caudal de lo desconocido, la intimidad y los desvelos, la penumbra y la soledad que ya no aúlla tan agria como en otras ocasiones, por más que aún brama. Nos regala un conjunto de poemas en los que todos estos emblemas, el claror y lo fugaz, el adiós o la expectativa, el dolor y sus aposentos, el vendaval y la calma, variables constantes en su obra, se convierten en símbolos plurivalentes, en ventanales desde los que, de manera muy cercana y sincera, avizoramos lo que nos hizo ser lo que somos y aquello que no nos satisfizo y cristalizó en nuestro parasiempre.

 

Es una compilación preciosa y precisa, clásica y hodierna, fresca y reveladora. Muchas de sus piezas destacan por su fuerza carnal y seductora, otras por su proverbial brevedad, cortedad en el decir que nos conduce a las fronteras y a la ortografía de lo místico y su olor a crepúsculo; y todas, en general y en opinión de quien redacta estas líneas, porque son fruto de un oficio austero y garante de una letra, la de García López, que se erige en poesía de desahogo, implicada en una realidad interior (un interior muy esther.ior) que sobrepasa los límites del yo. Reinventa el idioma y reflexiona, a la par que genera belleza y conciencia; nos transmite la explosión del silencio que Ángel Valente hubiera enramado en sus estrofas.

 

Complicado detener esta cantidad de nubes -padres, hermanos, tactos, higueras, susurros- y de retratos sobre el horizonte de la inocencia y sus mapas de madreselva y brisa. Angustioso perderlos de vista igual que se escapaban, cielo arriba, las cometas de la infancia.

 

Deambula la autora entre el ser y la nada, entre la rosa y la decrepitud, peregrina entre el antes y el ahora, unas veces con luz, algunas a ciegas, pero siempre, memoria adelante, con el empeño del ser que ama o el que fue feliz, añoranza que se repite a modo rasguño lírico y ámbito entrañable –nido en invierno– al que no existe retorno posible, mas al que volvería a

 

compartir miradas cómplices,

saborear cariño,

en aquella mesa sin mantel,

en aquella mesa apolillada,

donde todo sabe a gloria.

 

Hay pinceladas de impotencia y desconcierto tras un amor sin ley, tras un amante que no llega, que no se alcanza; y de resignación también, ante recuerdos -sustancia del amor- que causan tristeza y obstan el presente y hurgan en nuestras heridas. Hay amor y anhelo con toda su gran variedad de manifestaciones y sentimientos, con todos sus reveses y caprichos. Hay trazos horacianos sobre la existencia y sus ciclos inexorables, lánguidos guiños hacia el tiempo que pasa, sobre el invierno que acecha o la noche definitiva que nos aguarda. Hay nostalgia y apego a los lugares y a las pequeñas cosas y a los grandes nombres propios, los de su sangre. Hay deseos y expectativas. Hay ausencia, inevitables ausencias incurables. Hay pasión y carnalidad. Ternura y ensoñación. Hay idealización e interrogantes -¿me esperas?, ¿cuándo?, ¿cuánto?, ¿por qué?…-; y contradicción, como a lo largo de los años. Y sensualidad y vacío y certezas inamovibles:

 

y te aseguro, amor mío,

que

te quiero sin preguntas,

te quiero sin respuestas.

Así,

sin más.

Sin más,

así,

te quiero.

 

Y en todo cuanto enuncia hay una respuesta de sus vivencias, sus afanes, sus sombras y sus asombros, sus secretos y sus debilidades. Por ello, como en los más clásicos, de principio a fin, enmascarado o evidente, serpentea un yo reflejado en múltiples, despliegue que aporta al libro universalidad y objetivismo, grito y rebelión, levedad y hondura.

 

Cruel y extraño aceptar que ese yo se desdibuja a medida que perdemos la voz que nos habló en los orígenes, humilde y franca, como miga de pan, como harina de amor; los brazos que nos abrazaron, los ojos que nos alumbraron como lunas crecientes.

 

En cualquier caso, poema a poema, Esther García canta a la libertad y a la permanencia, rememora la creación, agradece la tierra, expone una evolución existencial sinónima del proceso poético y sus arduos desdoblamientos. Desprende melancolía por la vida y acaricia las incertidumbres de la muerte. Y hay, pese al silencio sus paréntesis y al olvido y sus brumosas extensiones, muy poca decepción y desengaño, escasos indicios de fracaso, pocos instantes frustrados. Hay música y acordeones y algarabía y rondas. Hay, ante todo, esperanza, mucha esperanza más allá del aquí, más allá de(l) todo, al norte de lo desconocido:

 

… Te esperaré allí,

en el lugar inmenso,

donde todo es luz,

donde no cuenta el tiempo.

Te esperaré, sí,

sin obstáculos, sin miedos…

 

 

Porque quien escribe confía en la palabra e intuye que la poesía es fuente de amor. Y el amor, manantial de poesía. Poesía y amor, azules, como el mar o la eternidad. Urgentemente azules como las infinitas probabilidades de cada acaecer, de cada condicional que nos limita y jamás descifraremos, de cada si que nos mantiene en vilo, con la ilusión inédita y el sueño de soñar que sueña un sueño, con el brillo de la juventud que no quisiéramos dejar atrás: si tú fueras luz…, si tú fueras silencio…, si tú fueras viento…, si tú fueras invierno…, si tú fueras sol…, si tú fueras… ¡Y si fuera…!

 

Gozoso es el adentrarse en estas páginas de sublime erotismo, de arte sublime y sublimación de los besos y los delirios.

 

 

 

Aurelio González Ovies

 

 

 

 

 

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