La mano sobre el papel, de Esperanza Ortega, por Javier Lasheras. 6/03/2011

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La mano sobre el papel.

Esperanza Ortega
Cálamo Poesía. Palencia, 2010.
 
Concentración y concierto
 
Según reza la solapa, esta selección de poemas “permite conocer su coherente, sólida y original evolución estética”. Pero dejemos a los estudiosos y críticos especializados tales consideraciones. Porque quizá sea un mejor y primer paso, para acercarnos a Esperanza Ortega (Palencia, 1953), confiar en las palabras de su poética: en la significación del gesto como motivo creador y en la contribución necesaria del lector al que hay que dar de comer como Genoveva de Brabante a los pobres, tal y como nos cuenta la poeta. Así, ese gesto generoso y tembloroso, necesario a solas y a secas, transmitido por las palabras del poeta, dejaran de ser sólo palabras y se convertirán en todo eso y algo más que es la poesía y que Esperanza Ortega asume cuando nos recuerda a Horacio, a Francisco Pino, a Emily Dickinson, a José Miguel Ullán, a Rilke y a Charlot.
 
Como lector creo haber aprendido a desconocer la coherencia y solidez de una obra, pues creo que la creación de ésta y la trascendencia de la palabra más allá del tiempo —si éste hubiere—, obliga al paso cambiado, al quiebro y al requiebro, a la caída y la fatiga, al paroxismo y la escatología. Es sobre todo por este desconocimiento y por el planteamiento que la autora de Hilo solo o Como si fuera una palabra nos propone, por lo que la poesía de Esperanza Ortega se merece unos cuantos bancos de cualquier pueblo o ciudad en los que degustar sus versos. La propuesta al fin se alza encomiable.
 
Por supuesto, el lector encontrará luces y sueños, objetos y madrugadas, manzanas y sombreros, días y detalles, heridas y preguntas, pero sobre todo, esos mendrugos que son como flores y que a veces nos entregan con candor esos seres a los que a veces confundimos con los ángeles. Esperanza Ortega recoge la vida y, concentrada o desvanecida, con un tono de penumbra, austera y recogida, nos la devuelve con un concierto de imágenes sutiles, algunas exquisitas.
 
En la mano sobre el papel, también se nota la mano buena de César Augusto Ayuso. No en vano estamos ante una cuidada edición que ayuda a comprender esa materia de naturaleza y luz contenida, de personalísima emoción, que respira y vive en la piel de cada poema seleccionado.
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Dicen que la vida es muy larga
aunque a veces se paguen rescates abusivos
 
por un amortiguado
existir
por un manojo
de perejil pequeño
 
me dice mi frutera
—¿quiere usted perejil?—
y yo recuerdo que en la cocina sobran esas cosas
pero asiento obediente
para que no se estrelle
su gesto contra el suelo
 
Mi frutera
es la mejor persona con la que cruzo hoy
unas palabras.
 
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Antes de que los párpados
regresen al vacío
sin umbral
 
escuchar esa música
 
penetrar en la sombra
donde nadie te aguarda
 
sin desierto ni sed
al unísono sólo
de este grano de arena.
 
Escuchar esa música
mientras beben los labios
una última gota
de la última lluvia
 
y ver cómo se eleja
la barca de los días
 
mientras das a otra sombra
tu relevo
y
 
los nuevos pies se abrigan
con tus viejos zapatos.
 
Y no decir adiós
 
no decir nada.

 

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