La última de todas las batallas
José Luis Espina
Edit. e.d.a libros (2013), 209 pág.
Booktrailer
Si un rasgo común define los 11 relatos de La última de todas las batallas, el nuevo libro del narrador y activista cultural asturiano José Luis Espina, éste es el de la tristeza que destilan sus personajes, seres desencantados que observan el presente con incredulidad y tienden a refugiarse en un pasado más amable, bien sea en el territorio inmarchitable de la infancia o simplemente en el recuerdo de tiempos mejores. Vacío y desconcierto hermana a todos los protagonistas de estos relatos, algunos más cercanos al fragmento narrativo que al cuento en su definición más clásica, por cuanto los hay que apenas esbozan una historia donde los presagios y las intuiciones son primordiales. Se tratan de relatos que podríamos definir como «realismo psicológico» (no en vano, Espina es licenciado en Psicología), puesto que el magnífico ahondamiento introspectivo de los personajes muchas veces se sobrepone a la acción misma y marca el rumbo de la historia.
» Espina luce un lenguaje musculado
y firme, lo cual se agradece
Dos cuentos, sin embargo, vendrían a desmontar un poco lo afirmado, ya que Suerte y Soplo de musas muestran rasgos fantásticos más que evidentes, en especial el segundo de ellos que juega con la idea de la detención del tiempo. Aún así, el resultado no se aleja de la voluntad conjunta de repudiar un presente gris y sin atributos, donde los horizontes parecen óleos en blanco y negro tiznados de desesperanza.
Con ecos de la narrativa breve norteamericana (MacCullers, Carver) pero también europea, La última de todas las batallas muestra una voluntad por eludir la realidad deslucida del presente en una especie de búsqueda de salvación (seguramente infructuosa) en el tiempo ya consumido, ya gastado, ya vivido, pero que se nos aparece demasiadas veces como el único legado que nos justifica frente al abismo.
» Vacío y desconcierto hermana
a todos los protagonistas
Ante la paulatina raquitización de la prosa actual, Espina luce un lenguaje musculado y firme, alejado del plano e impersonal tono funcional que una buena parte de los narradores de ahora utilizan, lo cual se agradece. Lenguaje e introspección son, pues, las dos grandes bazas de la literatura de este autor, que sabe y conoce que el empleo de la palabra correcta es la más fructífera herramienta analítica para evocar los estados interiores de los personajes, e incluso pronosticar sus acciones.
Diego Prado