Lawrence Durrell
o la poética del novelista
Por Víctor González-Quevedo
Lawrence Durrell, a el que se podría considerar un peculiar y quizás privilegiado ejemplar de apátrida dada su condición de viajero constante con cargos diplomáticos en el extranjero, fue también un notable escritor en casi todos los géneros literarios clásicos. Su éxito con las novelas del “Cuarteto de Alejandría” le permitió dedicarse de lleno a la literatura, además. Leo en un documento en la red -con suficiente credibilidad y hechuras como para considerarlo como formativo de opinión fundada- que Durrell en cierta manera fue uno de esos airados tipos treintistas enfrentados –más estética que políticamente- al establishment de la anglosajonía, y que el poeta que había en él no está considerado a la misma altura que los intocables Eliot, Auden y demás autorités modernistas.
Pero, apenas leo unos poemas de una vieja edición antológica -en español- de su lírica publicada de material escrito entre mediados de los años treinta y principios de los sesenta, advierto a un poeta proteico y con frescura a la par que oficio, con un espectro formal y de contenido amplio, no obstante con unas características personales “marca de la casa” que le aportan necesaria singularidad. En su técnica quizás sobresale su capacidad para imbricar opuestos duales de idea-particularidad; es decir, alma y pulsión. Lo anímico-metafísico es, de este modo, integrado en igualdad de condiciones e importancia con lo sexual –este nomenclátor del sexo será constante en su producción-. Habilidoso componedor de metáforas, une de manera maestra el sentimiento que trate en cada momento con su contraparte en el objeto. Sabe hablar con habilidad de vivos y muertos y juega a sondear las mentes de ambos –por difícil que parezca en el último caso, aunque esto es un recurso común en poesía-. Entre los versos también circulan, por ejemplo, chicas en proceso de abandonar la doncellez, niños cuyo mundo se encuentra abismado del de los adultos… Además, integra la naturaleza de los astros en un no comprobable pero evidente proceso causa efecto en los humanos. El deseo en la madurez es otro tema tratado en uno de los poemas primeros, y domina el aparataje mitológico, el cual es incluido con profusión en sus poemas –ver “Corfú”, en donde trata admirablemente el nunca bien ponderado tema de la trascendencia espiritual, o el poema “Afrodita”-. En “Libertad” es trazado hermética pero menos ambiguamente de lo que parece el concepto que da título al poema. En otras ocasiones, los temas son más ligeros, si bien la forma se resiste a ser rebajada en consonancia. Especialmente divertido es “Cocos Verdes”, en donde nuestro autor muestra su desdén por las prácticas homínido-grupales consistentes en beber alcohol directamente de un coco sajado a la mitad, práctica por otra parte de sobra conocida en nuestros días pero que tal vez en esos años tendría algo de novedoso –y también de repugnante, a juicio de nuestro autor-.
Epitomizando y definitivamente, un escritor a tener en cuenta para quienes gusten del mundo de Eliot, William Carlos Williams, e. e. cummings, Pound, Auden, Dylan Thomas y demás poetas del mundo anglosajón que iban dejando atrás la época victoriana, para entrar de lleno en el albor tumultuoso del pasado siglo veinte, y ser leídos en el veintiuno.