Légamo de José Luis García Martín. Por Herme G. Donis. 04/03/2009

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Légamo
José Luis García Martín
Editorial Pre-Textos, 2008
96 Páginas
 
LA OSCURIDAD DEL LÉGAMO
 
Mantenía el otro día una conversación con otro amigo poeta sobre  el último libro de poesía del escritor José Luis García Martín y los dos volvíamos a recurrir al ya clásico comentario de que su labor de antólogo y crítico insobornable, lúcido, irónico, ácido y tantas veces “maltratador” de vanidades en ciernes o perfectamente asentadas y bien lisonjeadas por los tiralevitas de siempre, había oscurecido –no dudo de que en este hecho se esconde la venganza- al excelente poeta que es García Martín
 
Por suerte para los lectores fieles de su poesía, y a pesar de que en este campo García Martín siempre ha sido mucho más “pudoroso” que con el resto de su obra no poética, puntualmente el autor  astur-extremeño nos ofrece un nuevo título para ponernos al tanto de lo que acontece por su vida más íntima. De esta forma, recientemente el poeta acaba de publicar de la mano de la editorial valenciana Pre-Textos, Légamo.
 
En uno de los fragmentos del diario que cada domingo aparecen en las páginas de “La Nueva España”, concretamente en la entrada dedicada al pasado viernes dieciséis de enero y encabezada con el título “Yo, vivo”, García Martín escribía: “ Me maravillan las cosas que a nadie asombran. De que a la noche le suceda el día, por ejemplo. Soy de los que siempre se despiertan de buen humor. Me alegra el olor del café, el rumor de la ciudad, el cielo azul o encapotado. Me alegra que las calles estén en su sitio, que a las doce tenga que hablar de Galdós o de Cernuda, que un amigo me aguarde en un café o que no me aguarde nadie, salvo un libro nuevo y la música del ipod. Me gusta comer siempre a la misma hora, ver la televisión después de cenar, hablar por teléfono, contestar al correo electrónico, darme una vuelta por el inagotable laberinto de Internet. Me gusta enamorarme, pasarlo mal, subir a la montaña rusa, ir del cielo al infierno, y caer de pronto, sin hacerme demasiado daño, con mucho que contar. Me gusta la vida que llevo, ¿para qué lo voy a negar? En un mundo inestable, yo me esfuerzo por estar siempre en mi sitio…”
 
Contrastan estas líneas en las que el  autor aparece como un ser vital y optimista que encuentra en las cosas cotidianas la esencia de su existencia y se regocija y alegra por vivirlas, con los poemas de Légamo. En éstos el sujeto poemático, cual Dante en su bajada a los infiernos, nos habla de un mundo de acabamiento personal en donde la esperanza ha desaparecido y los miedos, la incertidumbre, las dudas y las pérdidas hacen acto de presencia en cada una de sus manifestaciones llevando al lector a un paisaje estéril y desasosegante en el que la oscuridad se impone a cualquier claridad pasada: “…Aún sigo en el jardín / aún no ha empezado a contar el tiempo / la ciega historia de los hombres, / pero las muertas aguas ahora reflejan solo / la calavera del que fui, / el asombro de sus cuencas vacías, / unas briznas de carne putrefacta, / lo que queda del mundo.” (Pág. 32)
 
Si en otros títulos de García Martín la variedad de temas era un punto referencial, en Légamo el autor de Treinta monedas, El pasajero o Al doblar la esquina, renuncia a toda concesión. La atmosfera aquí se torna densa, fantasmal, casi irrespirable. Por su versos, una y otra vez, surge el lamento de un ser desesperanzado que añora la luz del ayer y sabe que lo que le aguarda es la podredumbre en donde se almacena el gran silencio.
 
Consciente de que esta reiteración de oscuridad y desasosiego puede aplastar al lector, García Martín, después del espléndido poema que cierra la primera parte de Légamo, “De Senectute”, nos ofrece en la segunda la levedad de un conjunto de aforismos que bajo el título de “Cuadernos del Dindurra”, vienen a mostrarnos la ironía, el ingenio, y ¿por qué no?, ese punto de cinismo que siempre le han caracterizado. Pequeñas reflexiones sobre la poesía y los poetas en donde la lucidez toma carta de naturaleza con aforismos como estos: “La poesía es una máscara que permite mostrar la propia cara.” (Pág. 87). “Un poema sólo deja de escribirse cunado deja de leerse.” (Pág. 88). “En el poema nunca hace frío.” (Pág. 89). “Neruda escribía siempre con tinta verde y, algunas veces, con pluma de ganso.” (Pág. 90). “Desconfía del poeta que sabe lo que hace, pero desconfía todavía más del que sabe explicar lo que ha hecho.” (Pág. 91). “Góngora era joyero, no jardinero; sus poemas brillan, pero carecen de olor.” (Pág. 93).
 
Légamo viene de nuevo a ponernos en evidencia la calidad de un autor imprescindible a la hora de hacer de verdad y sin fuego de artificio una nómina seria que recoja a los mejores poetas que en las últimas décadas han desfilado por el panorama poético español. No hacerlo así sería hurtárselo a la poesía y al lector.

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