Los libros luciérnaga, de Leticia Sánchez Ruiz, por Celia Ferrón Paramio. 6/06/2010

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Los libros luciérnaga
Leticia Sánchez Ruiz
IX Premio Internacional de Novela Emilio Alarcos
Editorial Algaida, 2009.
 
 
 
 Al ganar esta obra, en enero de 2009,  el IX Premio Internacional de Novela Alarcos y saltar a la fama, la gente, los críticos literarios, los entrevistadores y la prensa comenzaron a utilizar, para definirla, el término de “novela fragmentaria”.
Un fragmento es un trozo irregular de algo que se ha roto. Se podría decir que el escritor tiene algo bello, como un jarrón, por ejemplo, y lo arroja al aire, de tal modo que cae y se descompone en un montón de trozos (capítulos) diferentes. Así, ofrece esos fragmentos al lector, se los va proporcionando poco a poco. A veces, en un orden sistemático; otras, de un modo caprichoso. El lector se encargará de unir esos fragmentos de nuevo para entender la obra. Para volver a contemplar el jarrón.
Y sin embargo, yo no creo que se la más exacta. No me apetece hablar de fragmentos después de leer “Los libros luciérnaga”, sino que me vienen a la cabeza unos hilos.
Así, tendríamos en nuestras manos tres filamentos, tres hebras, tres historias. Por un lado, a Ulises Font y su hermano Melquiades Espí, un librero, ambos tratando de resolver un misterio, de encontrar un códice, mientras se redescubren, se sopesan, se recuerdan y se vuelven a encontrar.
Por otro, a Felipe, el chico que, en palabras de su autora, soñaba con hacer una revolución y acabó montando un bar (el Gato en el tejado) pero ha dejado muchos nudos sin deshacer en Fenexía.
Y finalmente tenemos a Lucía, la escritora, la Jezabel particular de Pian, la chica encerrada en el cuarto de la plancha que huye de un falso ángel exterminador.
Estos tres hilos se van superponiendo, se alternan, nos trenzan un telar. Las líneas se entrecruzan, se cubren, pero nunca se separan. No son cruces aleatorios, no buscan trampa ni están enlazados al azar. Los hilos siguen el patrón, y por muy caprichosos que parezcan en realidad son tejidos en el momento oportuno.
Al llegar al final lo entenderemos todo, así como has de esperar al final del telar para ver la imagen que han tramado.
Y todos los misterios quedarán resueltos, las incógnitas descubiertas, las preguntas contestadas. Sabremos qué pasará en la vieja tienda de libros, en el Gato en el Tejado, en el cuarto de la plancha de Cardiff, en la contraportada de un viejo diccionario de latín.
Nos gustará el telar; lo llevaremos encima durante mucho tiempo, no sólo en las noches frías, sino sobre todo, en las tardes de domingo.
Han de leer el libro para saber porqué.

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