NUESTRO VIAJE DEL 87 por Miguel Rojo

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 NUESTRO VIAJE DEL 87   por     Miguel Rojo

 

 

Sobre la marcha

Juanjo Barral

Editorial Baile del Sol

2017

 

 

            Todo viaje tiene algo de obra de arte donde lo que se crea es el propio viajero. Salimos, pero volvemos diferentes. Siendo todo igual al regreso, nada es lo mismo porque algo en nuestro interior ha sido modificado, transformado, haciéndonos conscientes de nuestras precarias tonterías y de nuestros déficits… O sea, haciéndonos más sabios y, por tanto, más melancólicos porque hemos asumido lo que nos falta e intuido, también, lo que probablemente nos seguirá faltando durante toda la eternidad. Por eso los viajes se comienzan con inquietud y se terminan con melancolía, igual que los libros, como muy bien decía José Vasconcelos. 

            De esto, de un viaje y de lo que se lleva en la mochila interior que siempre cargamos, es de lo que habla la última novela de Juanjo Barral, “Sobre la marcha” (Editorial Baile del Sol).

             Dos jóvenes emprenden un largo viaje por Europa en Interrail. Corre el año de 1987, el año en que, por enmarcar la aventura (que otra cosa si no es un viaje que se precie), entra en vigor en Argentina la Ley de Punto Final, se empieza a hablar del agujero en la capa de ozono sobre la Antártida, ETA atentaba en el Hipercor y el grupo U2 actuaba por primera vez en España ante 135.000 personas en el Bernabéu.

            Y aunque el libro no sea un diario propiamente dicho y en él se mezcla ficción y realidad, el peso de esta última se impone de tal forma que resulta imposible no ver a Juanjo Barral  como protagonista de este viaje. Algo, por otra parte, que el autor no trata de ocultar en ningún momento, lo que haría, además, que la obra perdiera gran parte de su atractivo.

            Porque el mérito fundamental del libro, a mí entender, es el reflejo real de una época que, siendo tan próxima, resulta ya imposible de creer, como si nos hablaran de los modos y diretes de los tipos que se encerraban en las catacumbas romanas, por exagerar… Y esto lo logra Barral con la acumulación de aparentes banalidades (señalar con exactitud el nombre y el número de la pensión donde se alojaron en Bilbao, la hora y el día –“son las 8 de la tarde del 5 de agosto de 1987”- en que quedaron con la recepcionista de una Residencia de Estudiantes de París, etc.) que, como esas pinceladas impresionistas que por sí solas no dicen nada pero que en conjunto forman un fresco impresionante, son capaces de dibujar con la palabra el retrato verosímil y detallista de una época y un modo de entender la vida que, habiendo sido nuestra, de toda una generación, ahora resulta casi tan lejana e improbable como la de cualquiera de aquellos tipos que se escondían en las catacumbas, por exagerar.

            La literatura de Juanjo Barral en este libro no es una literatura de altos vuelos -ni lo pretende ni se la espera-, viaja a ras de suelo, es proletaria, se embarra y baila con la cotidianidad de cada día para contar lo que quiere con un lenguaje sobrio, coloquial (tan inconfundible “estilo Barral”) y arrolladoramente creíble para describir sin complejos, por ejemplo, el mundo de las drogas o del papanatismo sexual en el que toda una generación participó (participamos), acompañados de una música y una literatura (los The Men They Couldn’t Hang o los Pink Floid, los Cortázar o los Salman Rushdie), que ponen letra y sonido a toda una generación que creíamos perdida y que gracias a este libro nos permite descubrirnos caminando por las calles de París, de Londres o de Ámsterdam con nuestras caras de pardillos recién salidos del oscuro y aburrido y mediocre mundo que quedaba al otro lado de los Pirineos.

            Si alguien quiere saber lo que fuimos (y que ya nunca seremos, ¡por suerte!), o lo que soñábamos (y que ya nunca soñaremos, ¡ay!) que lea este libro. Es historia de la buena y, además, es la nuestra. 

            Y es que, remedando a Kerouac y a su “On the road”, con quien tanto tiene “Sobre la marcha”, nuestro destino también fue aquel viaje en Interrail de 1987.

 

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