Perder teorías
Enrique Vila-Matas
Seix Barral 2010.
COSAS DE TÍMIDOS
Perder teorías es un libro verdaderamente indicado para los tímidos. A los que no padecen la elegancia algo snob de la timidez sin duda harán una lectura desinteresada de este libro intimista, íntimo y hasta intimidador, al que incluso se asoman seres emanados de la alteridad, tal es el caso de Manuel da Cunha, para decirnos que “todo lo que en mí es auténtico proviene de la timidez de mi juventud”. Lo íntimo se convierte en lujo cuando un tímido —generalmente parapetado tras la palabra escrita que nace del monólogo, a su vez última pica contra la soledad— decide airearlo y contárselo a los demás desde una perspectiva de ficción biográfica, testimonial y a la vez cargada de intenciones que, a veces, se pierden como si fuesen teorías.
Vila-Matas es un escritor que se agiganta a partir de su timidez motora y monologante. Es más propio del tímido literaturizar su vida que literaturizar la vida o, lo que viene a ser lo mismo, vivir en literatura antes que vivir la literatura. Un tímido es Beckett, en contraste con un no tímido como, por ejemplo, Hemingway, por citar a dos que, como poco, ocupan y preocupan a EVM. El primero despojó de la literatura todo atisbo de vida como aventura y el otro hizo de la vida una aventura literaria (a estas alturas todo se me presenta dentro de un orden confuso) Yo también soy tímido y por eso sé qué significa “perder teorías”. En la timidez, a veces, uno pierde hasta su propia biografía. Cuando Melania Tsoo perdió el himen sólo fue capaz de razonar: “No está mal, a mi edad, perder la timidez”. Leyendo a EVM los tímidos perdemos nuestra timidez porque sabemos que otro tímido conduce la nave que nos lleva (¿stultifera navis?) por el laberinto de la especulación bien entendida. Y eso, además de consolar a los tímidos, los protege y los aplaca dulcemente como si alguien o algo les levantara el himen.
Ahí está Liz Themerson —de la misma cepa que Melania Tsoo— firmando un prólogo que se hace apéndice de Perder teorías en igual medida que ésta lo es de Dublinesca, la experiencia de Samuel Riba donde el relato discurre, en apariencia, sin necesidad de que apenas pase nada, supongo que en claro recordatorio del ejercicio de Perec en la Place de Sainte Sulpice. La anécdota emboscada es la preferida por Vila-Matas. A veces perdiendo teorías para descubrir un nuevo tiempo verbal en las letras de estos tiempos tan poco verbales: el presente indefinido, una suerte de himno balbuciente, hecho con memorias y teorías plastinadas que evocarían al mismísimo doctor von Hagens de no ser porque está en cada uno de nosotros saber distanciar nuestras teorías lo suficiente como para ir tirando. Tímidamente tirando, al menos mientras haya qué decir. Cadáveres o personas desconocidas que se cruzan con el tímido y olvidado (el esperador) por las calles de Lyon, experiencia que sirve tanto para evocar al escondido Julien Gracq (el libro también despliega un profundo y emotivo análisis de la obra gracquiana, por un lado a propósito de La presq´île y, sobre todo, centrado en El mar de las Sirtes y su condición visionaria que nos permite comprender aceptablemente nuestra “veneciana decadencia de ahora”) como para escapar a través del nombre propio ya olvidado y reencontrado, casualmente —todo se da por casualidad—, en la portada del último Magazine Littéraire, donde el personaje (EVM) encuentra un artículo de EVM (el personaje) a propósito de su admirado escritor francés, así que se lee a sí mismo, se recrea, se reescribe y aprovecha para volver a hablarnos de lo que ya había hablado en la revista literaria: Gracq ¿y el presente indefinido? Todo eso o la libertad del espíritu vacante (sic). El narrador, olvidado en el Hotel des Artistes de Lyon por quienes le habían reclamado para participar en un congreso literario, acaba de salir a la calle en solitario, dejando en el hotel unas pocas líneas recién escritas que reflexionan certeramente acerca de la importancia de las teorías literarias, tanto en tiempos de su juventud como, por supuesto, en la actualidad. Incluso se rebate la opinión extemporánea, y me da que improvisada, del siempre provocador Phillip Sollers acerca de las teorías, justo cuando, por otra parte, elevaban sus voces y sus gestos Sartre, Barthes, Robbe-Grillet y el noveau roman…
De manera que se iluminan en mi memoria las seis propuestas para el próximo milenio (ya estamos en él), que llevaron hasta la muerte a Italo Calvino, a propósito de la enumeración que Vila-Matas dejó escrita en aquel hotel de Lyon relativa a las exigencias de la nueva o futura narrativa, y que él mismo reconoce haber tenido presentes en Dublinesca, curiosamente, o precisamente por ello, su novela más trabajada. Las cinco propuestas, a su entender imprescindibles ante la novela del siglo XXI, son:
1. La “intertextualidad”. 2. Las conexiones con la alta poesía. 3. La escritura vista como un reloj que avanza. 4. La victoria del estilo sobre la trama. 5. La conciencia de un paisaje moral ruinoso.
Perder teorías es un relato magistral cuyo título, inexistente, se sugiere en el propio texto en un alarde de integración intencional y emboscamiento espacial. Descubramos el título oculto: La espera, una historia francesa por escribir que a la vez ya está siendo escrita o, como poco, ya está siendo vivida por el narrador, sin olvidar que también está siendo leída por aquel que la escribió para reescribirla, repensarla y volver a contársela quién sabe a quién… El mismo que comienza anotando lo que piensa y termina anotando lo que no piensa. O el otro libro dentro del libro que tiene libros y que nos entrega nuestro amigo escritor al que tanto admiramos. Cosas de tímidos.