Poemario ANDANCIU/ANDANCIA de María Esther García López

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CUANDO EL AMOR PALPITA

Por Aurelio González Ovies

Imagina tú: andancia de deseos, andancia de luz, andancia de liberación. Porque, tanto entonces como ahora, estamos en un continuo enredo de preguntas. Nos asaltan las dudas, la oscuridad, las sombras. Sobre manera, en la época de tinieblas en la que Esther -juego con los títulos de alguna de sus composiciones- crea estos poemas tan testimoniales, grabados nel cuadernu d’un tiempu / enlllenu de borrones, tachadures, y pallabres nada. Burilados en el estar, indefensos y solos -la soledad, en Esther, acompaña- tres la ventana, / como un ave ensin ales. Hablamos, por tanto, de un poemario y de una etapa de asfixia, de pensamientos sinceros, de unos meses de desasosiego, pero, ante todo, de un paréntesis donde el amor, como el de Jaime Gil de Biedma, alentó jazmines y alhelíes, noches de entusiasmo y otras de desvelo. El amor palpita. El amor quema. El amor, aquí, inflama, verso a verso, en cada página.

 

De Sara Sanz
De Sara Sanz

Escribimos cuando la nueche -pocas veces metáfora de aguardo- llega, / cuando’l dolor amaga… Y todo lo que escribimos nace y crece de nuestras inseguridades y desemboca en los dominios de otras incertidumbres. Todo lo que escribimos limita, al norte, con nuestros deseos; al sur, con nuestros pesares; al este con lo que nunca seremos; al oeste con los que están y estuvieron, mas no estarán con nosotros. Lo cierto es que no discernimos si vivimos nada más que para recordar o si, obstinados, recordamos porque no vivimos del todo, porque existimos a medias. No somos capaces de descifrar cuánta extensión de nosotros quedaría flotando en el presente si nos arrancaran la memoria, qué proporción debemos a la esperanza, cuántas gracias a lo sufrido, ni cómo identificarnos si no echáramos de menos, ni a quién añoraríamos sin antes haber amado.

 

Escribimos para enfrentarnos al rápido mundo que no aceptamos ni nos admite, al mundo que da vueltas y, como el hombre -el ser humano- tropieza y se destroza, una y mil veces, sobre la misma tierra; para abrirnos en palabra, desgajarnos, y encerrarnos, en soledad, en algún libro, sobre un cómplice papel, donde, como el nordeste, l’amor se siente hasta nes orielles de la nueche. Para volver a lo imposible y aspirar su perfume y sentarnos un momento frente a la misma mar de todas las infancias y llamarnos a lo lejos y acercarnos a nosotros mismos y sonreír de nuevo al tocar en nuestra carne la pureza. Para subir al humo y asumir la ceniza, reconocer que nunca estaremos completos, que falta algo; que

 

hai dalgo que nun cuadra,

qu’influi nes emociones

cuando menos los esperes…

 

Y que nada se olvida para siempre, nada nos muere definitivamente salvo el cuerpo y la belleza, la pubertad y su brillo. Porque necesitamos otra realidad, con más fondo y menos superficie, con más apego y menos odio, con menos de más. Porque hay fechas en que miramos con más exactitud, quizás con más tristeza, las cosas, los objetos, y descubrimos en sus formas ausencias y escalofríos, distancia y desconocidos túneles como de transparencia, lluvia rala / que nos enxuga la esistencia; instantes urxentes, tan inaplazables como un besu o un abrazu. Porque quisiéramos ser y formar parte de la fosforescencia de la juventud, del fulgor de una estrella, del vacío del eco, de la piel del ayer. Ser y estar en aquel otro corazón que hace latir el nuestro, que nos precipita y nos apura muncho a vivir. / Vivir a tope. Porque nos embelesan los imanes del tú, con todo su poder de evidenciar nuestra fragilidad y desnudez. Nos ciegan los visos de lo inalcanzable, fresco y novedoso, alejado de las insuficiencias de lo cotidiano, de lo ya muy frecuente.

 

Escribimos para ensayar una ruptura, por más que sea bajo las amarras de lo de siempre. Como quien almacena inquietudes. Como quien colecciona insectos muy brillantes, para poder guardar, bajo alfileres, apetencias fugaces, lapsos muy precisos, emociones intensas, aromas, fechas, gestos y solsticios. Para sobrevolar, de cuando en cuando, por entrañables paisajes donde, a no ser desde el verso y su estatura, solo crecen heridas, solo gruñe el silencio, solo atajos cubiertos de ramaje y espinos -una vez más, la soledad muy sola-. Para ¿esclarecer? de dónde venimos, qué ceguera nos obliga a dar la espalda a quien nos espera, qué brisa azul -el azul en Esther García es sinónimo de eternidad y de erotismo y de intimidad -nos aprisiona y nos inmoviliza donde jamás, por uno mismo, nos hubiéramos detenido.

 

Escribimos para, cuando no encontramos nada firme, retornar a lo perdido, para no extraviarlo definitivamente, para acercarnos a sus espacios evanescentes y, desde allí, percibir el olor de la casa, sus ruidos, sus maderas; y escuchar el ríu que cuerre ensin priesa, como antaño; y mirar a los hermanos, na mesma pica l’árbol; y avistar a los pas, sentaos, a la vera’l camín… Y mirar, con los ojos de niña, les manes teñíes del zusme de les zreces; corroborar que lo que fue y los que fueron tan de verdad enxamás destiñeron.

 

Escribimos porque, paradójicamente, nos atraen los secretos de la sinceridad, nos capta la hondura de lo aparente, el más allá de lo imprevisible, los garfios del amor. Porque sabemos que son muchos los que piensan que un poema no vale para nada, pero un universo sin poemas, sin sentimientos que no sirven para nada, ya no sería un universo porque todo sería útil para algo, más lucrativo y nosotros aún más cicateros y mezquinos. Porque nos sentimos a salvo cuando anudamos mensajes y ahogamos nuestros desesperos, nuestras deudas y nuestros gritos. Y Esther abunda en esta idea: todo queda dicho, hasta en lo que no decimos, así que:

 

Nun me faigas preguntes indiscretes.

Nun quixera entrar en más detalles.

 

Escribimos para asegurarnos un hilo al que agarrarnos en estaciones débiles y colgarnos la fe como un escapulario; para sumar los momentos / que pasamos echando númberos / y cuentes de ¿cuántu amor? Para erguir una torre con los nombres que son imprescindibles, por más que en ella solo aniden las cigüeñas, por más que desde ellas, brillen / los nuestros díes en ruines. Para dar, de tarde en tarde, un repasu al amor, a la dulzura de meses caducados, a la avidez de los labios que hemos rozado, a los delirios / que nos amaguen a diario; la soledá mui sola... Para convocar circunstancias eternamente pendientes, nubes perpetuas. Para acceder al Dios (¿al Amor, al Azul?) que sospechamos, esdrújulo y sonoro. Para internarnos en lo infeliz y resurgir con gozo, más entusiastas y semivivos, aunque sea sin aquello que echamos de menos, y

 

cola máscara puesta,

la máscara que tapez lo que quiero…,

a la gueta la llibertá,

cola llibertá del vientu.

 

Escribimos porque nos amplifica soñar por los sueños de los sueños; porque nos obligamos a ascender a todas las latitudes; porque exigimos seguir por diferentes caminos. Porque nos reconvertimos, nos vencemos, nos sumergimos en lo opuesto, nos apartamos de nuestros pasos, examinamos las huellas y concluimos: cuando ya no somos nadie, somos lo que escribimos. Cuando apenas existimos, existimos porque escribimos. Cuando advertimos cadenas, vamos libres porque escribimos. Cuando presentimos muerte, escribimos y continuamos vivos. Y porque, como bien apunta la poeta: güei tamos necesitaos / de tenrura, de branu y de canciones. Y porque como atinadamente advierte G. López, todo es cavilación. Nada seguro:

 

Seremos quién a ser nós, ¿seremos los mesmos?

Siguiremos a la espera de que pase’l tiempu

a la espera de besos y sonrises,

a la espera,

sí,

a la espera.

Dempués de tanta sede.

 

CUANDO L’AMOR PALPITA

 

Imaxina tu: andanciu de deseos, andanciu de lluz, andanciu de lliberación. Porque, tanto entós como agora, tamos nun continuu enriedu d’entrugues. Asáltennos les duldes, la escuridá, les solombres. Sobre manera, na dómina de tiniebles na qu’Esther -xuego colos títulos de dalguna de les sos composiciones- crea estos poemes tan testimoniales, grabaos nel cuadernu d’un tiempu / enllenu de borrones, tachadures, y pallabres nada. Grabaos nel tar, indefensos y solos -la soledá, n’Esther, acompaña- tres la ventana, / como un ave ensin ales. Falamos, polo tanto, d’un poemariu y de una etapa d’afuegu, de pensamientos sinceros, d’unos meses de desasosiegu, pero, primero de too, d’un paréntesis onde l’amor, como’l de Jaime Gil de Biedma, alendó xazminos y alhelís, nueches d’entusiasmu y otres d’esconsueñu. L’amor palpita. L’amor quema. L’amor, equí, inflama, versu a versu, en cada páxina.

 

Escribimos cuando la nueche -poques vegaes metáfora d’espera

llega, / cuando’l dolor amaga… Y too lo qu’escribimos naz y medra de les nueses inseguridaes y desagua nos dominios d’otres insegurances. Tolo qu’escribimos  llenda, al norte, colos nuesos deseos; al sur, colos nuesos pesares; al este colo que nunca vamos ser; al oeste colos que tán y tuvieron, mas nun van tar con nós. Lo cierto ye que nun distinguimos si vivimos namás que pa recordar o si, testerones, recordamos porque nun vivimos del too, porque esistimos a medies. Nun somos quien a esclariar  cuánta estensión de nós quedaría flotando nel presente si nos  arrincaren la memoria, qué proporción debemos a la esperanza, cuántes gracies a lo sufrío, nin cómo identificanos si nun echáremos en falta, nin por quién sentiríemos señardá ensin antes amar.

 

Escribimos pa enfrentanos al rápidu mundu que nun aceutamos nin nos almite, al mundu que da vueltes y, como l’home -el ser humanu- zapica y estrózase, una y mil veces, sobre la mesma tierra; pa abrinos  en pallabra, esgazanos, y zarranos, en soledá, en dalgún llibru, sobre un cómpliz papel, onde, como’l nordés, l’amor siéntese hasta nes orielles de la nueche. Pa volver a lo imposible y aspirar el so arume y sentanos un momentu enfrente a la mesma mar de toles infancies y llamanos de llonxe y averanos a nós mesmos y sonrir otra vuelta al tocar na nuesa carne la pureza. Pa xubir al fumu y asumir la ceniza, reconocer que nunca vamos tar completos, que falta daqué; que

 

…hai dalgo que nun cuadra

, qu’influi nes emociones

cuando menos lo esperes…

 

Y que nada s’escaez pa siempres, nada nos muerre definitivamente salvo’l cuerpu y la guapura, la pubertá y el so brillu. Porque precisamos otra realidá, con más fondu y menos superficie, con más apegu y menos odiu, con menos de más. Porque hai feches en que miramos con más exactitú, quiciabes con más tristura, les coses, los oxetos, y afayamos nes sos formes ausencies y calafríos, distancia y desconocíos túneles como de tresparencia, agua rala / que nos enxuga la esistencia;  instantes urxentes, tan inaplazables como un besu o un abrazu. Porque quixéramos ser y formar parte de la fosforescencia de la mocedá, del rellumu d’una estrella, del vacíu del ecu, de la piel del ayeri. Ser y tar naquel otru corazón que fai llatir el nuesu, que nos acelera  y nos apura muncho a vivir. / Vivir a tope. Porque nos clisen los imanes del tu, con tol so poder d’espeyar la nuesa fraxilidá y esnudez. Ciéguennos los visos de lo inalcanzable, fresco y novedoso, alloñáu de les carencies de lo cotidiano, de lo yá bien frecuente.

 

Escribimos pa ensayar una rotura, por más que sía so les amarres de lo de siempre. Como quien almacena esmoliciones. Como quien coleiciona inseutos bien brillosos, pa poder guardar, ente anfileres, antoxos fugaces, ralures del tiempu mui precises, emociones intenses, arumes, feches, xestos y solsticios. Pa sobrevolar, de cuando en vez, por entrañables paisaxes onde, a nun ser dende’l versu y la so estatura, namás medren firíes, namás gruñe’l silenciu, namás atayos cubiertos de  xamasques y espinos -una vegada más, la soledá mui sola-. Pa ¿esclariar? d’ónde venimos, qué ceguera nos obliga a dar de llau a quien nos espera, qué brisa azul -l’azul n’Esther García ye sinónimu d’eternidá y d’erotismu y d’intimidá -príndanos ya inmovilízanos onde enxamás, por ún mesmu, nos pararíemos.

 

Escribimos pa, cuando nun atopamos nada firme, volver a lo perdío, pa nun tresmanalo pa siempres, p’averanos a los sos espacios fugaces y, dende ellí, percibir el golor de la casa, los sos ruíos, les sos maderes; y escuchar el ríu que cuerre ensin priesa, como antaño; y mirar a los hermanos, na mesma pica l’árbol; y columbrar a los pas, sentaos, a la vera’l camín… Y mirar, colos güeyos de neña, les manes tiñíes del zusme de les zreces, afitar que lo que foi y los que fueron tan de verdá enxamás destiñeron.

 

Escribimos porque, paradóxicamente, préstannos los secretos de la sinceridá, atráinos la fondura de lo aparente, el más allá de lo imprevisible, los gaxartes del amor. Porque sabemos que son munchos los que piensen qu’un poema nun val pa nada, pero un universu ensin poemes, ensin sentimientos que nun sirven pa nada, yá nun sería un universu porque too sería útil pa daqué, más lucrativu y nós entá más roñosos y miserables. Porque nos sentimos a salvo cuando anoyamos mensaxes y afogamos les nuesos desesperos, les nueses deudes y los nuesos lloros. Y Esther abonda nesta idea: tou queda dicho, hasta no que nun dicimos, asina que:

 

Nun me faigas preguntes indiscretes.

Nun quixera entrar en más detalles.

 

Escribimos p’aseguranos un filo al que garranos n’estaciones débiles y colganos la fe como un escapulariu; pa sumar los momentos / que pasamos echando númberos / y cuentes de ¿cuántu amor? Pa erguer una torre colos nomes que son imprescindibles, por más que nella solo añeren les cigüeñes, por más que dende elles, brillen / los nuesos díes en ruines. Pa dar, de ralo en ralo, un repasu al amor, a la dulzura de meses caducaos, a la avidez de los llabios que rozamos, a los delirios / que nos amaguen a diariu; la soledá mui sola… Pa convocar circunstancies eternamente pendientes, nubes eternes. P’aportar al Dios (¿al Amor, al Azul?) que maxinamos, esdrúxulu y sonoru. Pa internanos no infeliz y resurdir con gozu, más entusiastes y semivivos, anque sía ensin aquello qu’echamos de menos, y

 

cola mázcara puesta,

la mázcara que tapez lo que quiero…,

a la gueta la llibertá,

cola llibertá del vientu.

Escribimos porque nos amplifica suañar polos suaños de los suaños; porque nos obligamos a xubir a toles llatitúes; porque esiximos siguir per distintos caminos. Porque nos reconvertimos, vencémonos, somorguiámonos no opuesto, estremámonos de los nuesos pasos, esaminamos les buelgues y concluimos: cuando yá nun somos naide, somos lo qu’escribimos. Cuando apenes esistimos, esistimos porque escribimos. Cuando alvertimos cadenes, vamos llibres porque escribimos. Cuando presentimos muerte, escribimos y siguimos vivos. Y porque, como bien apunta la poeta: güei tamos faltos / de tenrura, de branu y de canciones. Y porque como atinadamente alvierte G. López, too ye cavilación. Nada seguro:

 

Seremos quién a ser nós, ¿seremos los mesmos?

Siguiremos a la espera  de que pase’l tiempu,

a la espera de besos y sonrises, a la

espera, sí,

                    a la espera.

                                       Dempués de tanta sede.

 

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