Prólogo del libro EL COLOR DE LOS DÍAS (Mª Esther García López)
PASEANTES DEL TIEMPO
por Aurelio González Ovies
Si uno pudiera dar respuesta a todas las preguntas que Esther García nos plantea en este libro, tan cercano como intimista, si acertase a vislumbrar algunas de las claves para compensar ese vértigo entre el paso del tiempo que se convierte en constante vital y poética de los versos de este libro …, entonces sería posible volver, porque existirían caminos de vuelta; y posible no sufrir de añoranza por lo perdido , por lo que queda atrás, esa materia encendida inertemente, suma de muchos ayeres acumulados que hace del presente un mero relato de memorias.
Pero bien sabemos que no es así. Sólo queda el recuerdo. Que nada retorna, como bien dogmatizaron ya los clásicos. Que toda luz vuelve y las horas decoloran. Por eso la voz cobra tanto valor, porque a través de ella permanecen y se actualizan recuerdos y vivencias, seres queridos y fechas señaladas. Al través de la palabra, de estas palabras, laten incesantes el cariño y la ternura, esas dos formas de rebelión contra lo que nos apesadumbra y de reafirmación de la belleza genuina, de las vidas humildes.
La poesía de Esther, serena, sugerente e indagadora, contiene esa tristeza horaciana ante lo transitorio y lo destinado a terminarse. Todas sus composiciones llenan con la certidumbre de finitud, son constatación de un momento que acoge todos los momentos, profecía de un final inevitable, pero, primero de todo, testimonio de diferenciación entre el yo que fuimos y el yo que nos pesa, el antes y el ahora, y biografía, por lo tanto, del mundo rural y de la ciudad moderna y ciega, de los luminosos días en la infancia y las aceleradas noches en la urbe. Contraposiciones bien frecuentes y de un altu valor poéticu: el mendigo que se cobija en los portales, los que duermen a la intemperie sin abrazos, frente a la sombra del cerezo nos amamos tanto, tanto…
Su obra nos encanta y nos fortalece. Lo primero porque nos identifica con su particular manera de decir, con un lirismo comprometido y un hondo convencimiento que da sentido a la existencia y rebaja el dolor mismo de vivir y los desasosiegos cotidianos. Lo segundo porque nos cobija, nos vincula a un ámbito venturoso, a un pasado feliz en el que siempre va haber sol en el amanecer de los sueños; y son precisamente los sueños los únicos que nos dejan, aunque solo sea un instante, coger lo vaporoso, abrazar a los padres agotados, recorrer los parajes ilusorios.
E. García se acerca con frecuencia al tópico del ubi sunt o a interrogaciones retóricas – donde vamos, a qué venimos, cuánto pesa el amor– que, aunque a veces quisiera desentrañar, no esperan ser resueltas, si no que le sirven de punto de partida para, como lo confesara siglos atrás Rosalía de Castro, entablar diálogo con sus sombras, para aliviar el sufrimiento de las ausencias irreparables (infancia, juventud, la madre…). Pero también para celebrar el amor. Su poética está marcada por fogonazos amatorios, esperanzada en el amor, en su otro yo, su agarradera necesaria, su estancia más entrañable, pues el amor salva, el amor ampara, por eso lo invoca, por eso- y ruega: ábreme, amor, la puerta / del silencio… la puerta… de tu casa.
Lo más grande de la poesía es la comunicación honda del alma para el alma y Esther García lo consigue desde sus primeras publicaciones. Voz de poeta, bien en femenino, por eso su verbo, como en los orígenes, cimbla y se hace carne de nuestra carne, porque habla de lo común y de lo individual, de lo de todos los días, pero expresa lo humano, lo universal, lo de tola vida. Persigue la transparencia. Nos la alumbra. Su palabra enciende sensaciones, aviva la intensidad, de ahí que El color de los días es sello y crédito del poder evocador y la capacidad de esta creadora asturiana que todavía se embelesa con la naturaleza que la rodea, con el canto del petirrojo, la luna, por más que el vacío y la maleza vayan apoderándose de los espacios familiares y la añoranza. Porque ya que sale, Esther es Occidente, en todos sus escritos bate el nordeste y huele a sebe. El occidente, el agua, los charcos, la lluvia, los pájaros, las olas están como un horizonte en Esther.
La vida es camino y el camino es ir dejando y dejándonos lejos; l’autora recorre serenamente esas sendas del pasado, echa la vista atrás, cata el consuelo, pero la realidad es invencible y, llena de soledad y olvido, consciente de que solo somos / paseantes del tiempo, encuentra la verdad desnuda, la nada definitivo: el color del silencio, el color de lo que somos:
Nadie
Nadie.
Nadie…
Y gracias a eso, al frío y al apego, a los a romas y a los sinsabores…, surge el canto. Un canto emotivo y llano cuyo objetivo es nombra
rlo todo, amar tolo que está sobre la tierra. Un canto verdadero, positivo, musical y certero, el de Esther García, que bien demuestra que el amor vence a la muerte.
Aurelio González Ovies