Nos encontramos ante una novela gráfica especial. Especial por su planteamiento surrealista, pero a la vez didáctico; especial por su desarrollo, en el cual cuesta diferenciar el sueño de la realidad del delirio del recuerdo; especial por su factura técnica, llevada a cabo a través de dibujos infantiles, como de un niño que empieza a dibujar, pero a la vez barroco en los detalles y en las situaciones que describen. En definitiva, ¿Quién ama a las fresas? es una novela gráfica para odiar o para amar, pero a buen seguro a nadie dejará indiferente.
La historia en principio es simple. Fresa es una fresa de dieciséis años en un mundo en el que ella es diferente a todos los demás. Fresa se encuentra con los problemas típicos de todo adolescente, o al menos eso intuimos por sus recuerdos sobre sus amistades, los rechazos que provoca por su diferencia, las drogas, el sexo y el primer amor. Hasta aquí todo es más o menos normal. Podíamos habernos conformado con una novela gráfica sencilla y sin pretensiones, con su moralina y su éxito de ventas entre el público adolescente que busca un cómic más que una novela gráfica con una historia tan elaborada como esta. Sin embargo en ¿Quién ama a las fresas son los detalles sutiles los que nos hacen vislumbrar lo diferente que es esta historia a aquellas a las que nos referíamos anteriormente. Fresa sufre un coma en el que gran parte de sus recuerdos parecen haber sido borrados y en sus delirios muestra una personalidad cruel pateando a su mejor amigo, flirteando con una extraña amiga que pudiera encarnar bien la muerte, bien el precipicio ante el que se encuentra su vida, bien todo lo oscuro que puede salir de su interior a causa de su diferencia. Las autoras juegan con el factor surrealista de estos delirios traspasándolo posteriormente a la “realidad” en la que su madre espera que fresa despierte de su sueño, recreándose en las ilusiones fallidas de una madre soltera de una adolescente que intenta acercarse a ella pero que sólo encuentra rechazo en su hija.
El relato funciona a tirones muy bien pensados, es decir, combina efectismos (páginas en blanco, recreaciones muy bien construidas de lo que puede ser un diario de una adolescente) con momentos menores pero esenciales en el engranaje de una historia curiosa en su forma de plantearse en la que su autora, la catalana de treinta años Clara Tanit, bien curtida en fanzines e ilustraciones de obras alternativas, domina una rica pluralidad de registros gráficos y emocionales. Tan pronto puedes encontrarte momentos dulces e infantilmente retratados como con situaciones desesperadas y crueles, y es quizá esa desconcertante pluralidad de sentimientos la que hace que sólo se pueda odiar o amar a las fresas, al menos a la que protagoniza esta curiosa novela gráfica. Yo creo que ya la amo. Léanla y creo que también la amarán.