Reseña de La calle de la tiendas oscuras, de Patrick Modiano, y de La lluvia antes de caer, de Jonathan Coe. Por Israel Paredes (10/04/2009).

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Fotografias y fantasmas

 

1. La calle de la tiendas oscuras, dePatrick Modiano.

 Guy Roland ha vivido durante muchos años sin pasado, anclado en el presente, trabajando para una agencia de investigación dirigida por su amigo Hutte hasta que éste se retira. Entonces, Roland decide emprender una nueva –y quizá definitiva– investigación: la de su pasado: averiguar quién es en realidad. Así arranca La calle de las tiendas oscuras, novela de Patrick Modiano, escrita en 1978.

A través de un estilo conciso, directo, sin apenas ornamentos pero, a la vez, muy atento a las descripciones, tanto físicas como emocionales, Modiano somete a Roland a una sucesión de encuentros-entrevistas con personajes que, de una manera u otra, pudieron tener relación con él o con personas que pudieron conocerle. Poco a poco, Roland va recuperando la memoria, la niebla inicial va desapareciendo y los fantasmas del pasado –él mismo– toman forma. Al comienzo no son más que borrones en su memoria; poco después, formas reconocibles. Cada capítulo corresponde a una entrevista, a un momento del pasado, también a una información recalada por Roland, conformando todo ello una trayectoria que hará que el ya anciano Roland vaya descubriendo qué persona fue, o, mejor dicho, las diferentes personas que pudo ser. Su regreso a la época de posguerra trae consigo la introducción en una época oscura, la cual es representada por Modiano a través de la pérdida de memoria de Roland que puede ser ante todo el deseo por olvidar un momento gris, tanto personal como histórico. De este modo, Modiano habla de una época y un tiempo sin incidir en él, dejando que sea la propia narración personal de Roland la que la cree y de sentido. Las descripciones ambientales acercan a La calle de las tiendas oscuras a un relato noir, aunque rehúye el crear una novela de género: se sirve de ciertas bases –más atmosféricas que narrativas– y a partir de ellas crea una novela que va más allá de cualquier condición genérica.

Con La calle de las tiendas oscuras Modiano plantea cuestiones acerca de la identidad del individuo tanto en lo que atañe a lo personal como a lo colectivo. ¿Cómo saber quién es uno cuando todo lo que se va descubriendo apunta a diferentes personalidades? ¿Son todas ellas viables? ¿Es posible que en verdad, en nuestro pasado, con diferente aspecto, tengamos varias identidades y cada una de ellas se corresponda a una mirada particular?

La novela se abre con una frase sencilla y concisa: No soy nadie. A partir de ahí: la reconstrucción de un pasado que se va conformando a base de retazos, de fragmentos encontrados. Y el mecanismo de la ficción como vehículo para esa reconstrucción.

¿Es posible a través de la literatura dar cuenta de ella? ¿Qué supone cada relato individual, cada objeto recuperado?

Uno de los aspectos más curiosos de la novela de Modiano es cómo en cada entrevista Roland consigue recuperar algo del pasado. Objetos, fotografías, anotaciones… va recopilando una serie de elementos que en un principio no le dicen nada pero, paulatinamente, van tomando una forma en su mente. Dejan de ser objetos en abstracto, del mismo modo que los nombres de aquellas personas que surgen en su investigación y aquellos con quienes se entrevistan abandonan el anonimato o la extrañeza y alcanzan un estatus diferente dentro de su vida y de sus recuerdos. Y entonces el pasado se va reconstruyendo o incluso creando a través de una narración que es en realidad una investigación, no sólo sobre la personalidad de Roland, sino ante todo sobre la imposibilidad de dar cuenta de un pasado a no ser a través de fragmentos encontrados. Un pasado, entonces, ciertamente peligroso. No sólo por aquello que esconde, sino porque no se sabe si en realidad es verdad. Modiano parece querer decir que sumergirse en el pasado –ya sea recordado u olvidado– puede ser peligroso, como asomarse a un abismo cuyo interior depara tanto lo conocido como lo desconocido, cohabitando ambos en armonía y conformando una vida pasada tan reconocible como ignorada. Y ese pasado puede ser tanto aquel que un amnésico va descubriendo poco a poco como aquel que cualquiera intente averiguar a través de una reconstrucción fragmentaria.

Ahora bien, Modiano, a través de Roland, pone de relieve que, quizá, el pasado, no es tanto aquello que recordamos o dejamos de recordar como aquello que ha quedado en aquellas personas que conocimos y en aquellos objetos que poseímos. Y por tanto, la recuperación de ambos es una manera de recuperarnos a nosotros mismos.

 

2. La lluvia antes de caer, de Jonathan Coe.

Rosamond ha muerto. De su herencia surge, en primer lugar, un nombre que parece no decir nada a casi nadie de su familia: Imogen. Sólo Gill, su sobrina y una de las herederas, la recuerda levemente del pasado. Recuerda que era una joven muy hermosa y, ante todo, que era ciega. Poco más y no es suficiente. Sin embargo, parte de la herencia de Rosamond es para ella, entre otras cosas, un conjunto de cintas de casete que Rosamond le ha dejado. Pero tienen que encontrarla. Así, Gill, junto a sus hijas, comienza a escuchar las grabaciones de su tía y que son la descripción/narración de un total de veinte fotografías.

Veinte fotografías. Rosamond va describiendo una a una las imágenes que tiene ante ella mientras graba su voz, cercana a la muerte –sabe que va a morir–, para que la ciega Imogen pueda hacerse una idea que aquello que sucede en el interior de las instantáneas. Sin embargo, el procedimiento encubre un deseo mayor: el dar cuenta de la vida de la abuela y la madre de Imogen, en parte también de la suya, claro, pero ante todo revelarle a Imogen quién es realidad –porque por determinadas causas, que no se deben revelar, no lo sabe–. Y así, Jonathan Coe, en La lluvia antes de caer, su última novela, nos sitúa ante el recuento de varias vidas que se suceden desde la década de 1940 casi hasta la actualidad en Inglaterra.

¿Qué es una fotografía? Coe no quiere responder a ello, aunque en un momento dado, en boca de Rosamond, nos diga que las fotografías nos traen un sinfín de recuerdos, pero aún así las imágenes que recordamos, aquellas que se encuentran en nuestra mente/memoria, pueden ser más reales que cualquiera que una cámara pueda recoger en su película, porque Rosamond usa las fotografías iniciales como punto de partida para ir desglosando a partir de ellas aquellos recuerdos que le interesan transmitir a Imogen y que, en ocasiones, no tienen mucho que ver que las fotograf
ías, otras veces sí, al menos como punto de arranque, pero lo más importante es el relato que ella misma va construyendo a partir de su memoria. Su vida, la de Beatrix, su prima, la de Thea, la hija de Beatrix, la de la propia Imogen, se van conformando a través de fragmentos narrativos mostrados cronológicamente pero con importantes elipsis temporales que a veces se complementan más adelante, otras no, porque en verdad Rosamond, la narradora de La lluvia antes de caer, no ornamenta su narración con elementos superfluos: desea ir a aquellos sucesos realmente importantes para sus propósitos. A este respecto, Coe trabaja con maestría la fragmentación de la novela, la reconstrucción de un pasado que, para Rosamond, está compuesto por fotografías y fantasmas.

Lo importante no es tanto aquello que se ve en la fotografía como aquello que se puede ir tejiendo a partir de ella. Una vida a base de retazos pero perfectamente hilvanada a través de un pulso narrativo magnífico. Coe demuestra saber cómo ir avanzando la narración y que al final todas las piezas encajen en el momento preciso. La lluvia antes de caer podría verse de alguna manera como una novela de mujeres, sin embargo, va más allá. Se trata de un trabajo literario que busca convertir la narración de una vida en una ficción. También es un retrato de cinco décadas de historia inglesa a través de elementos atmosféricos, detalles descriptivos: la evolución personal de Rosamond, sus movimientos, su vida, su relación con los demás, van dando cuenta de cómo el país cambia o no lo hace, de cómo era el ambiente reinante en cada momento. Coe parte de lo individual y logra construir algo más general, aunque al final lo que predomine sea el acercamiento personal a unas vidas cuya existencia ya es de por sí lo suficientemente relevante.

Una novela sobre aquello que ha quedado atrás y que aún, en el recuerdo, se puede recuperar. Aunque para ello haya que recurrir a los fantasmas que habitan las fotografías.

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