El cazador de corazones plenos o el arte de amar bajo las ciudades del sueño: Un acercamiento a la poesía de Luis Artigue.
Para cualquier enteradillo del mundo literario el nombre de Luis Artigue (León, 1974) debe ser uno de sus autores de referencia dentro de la nueva literatura aparecida en León durante la década de los noventa. Escritor no sólo consagrado al ámbito de la poesía, pues hasta la fecha también ha publicado varias novelas (en las que cabe destacar: Las perlas del Loco Ventura y La mujer de nadie), su obra poética más extensa cuenta con títulos ineludibles como Tu amor en la licorería y Tres, dos, uno… jazz.
Con Los Lugares Intactos Luis Artigue vuelve a la carga con un nuevo poemario sorprendente, siguiendo la línea estética de anteriores libros (Tres, dos, uno… jazz), bajo una mezcla de surrealismo, ciertos toques de lirismo neorromántico unidos en dosis perfectas a una estructura fragmentaria en algunos momentos, y en otros, a un formato narrativo que hacen de esta obra una de las señas de identidad más notables.
El motor fundamental del poemario es el viaje como concepto de descubrimiento, como lugar donde el poeta halla los elementos primigenios para la vida: el amor, el placer artístico, el recuerdo de la infancia, la amistad, etc., lugares todos ellos para la reflexión y la meditación (“Momentos incorporados. Dones. / Emociones traducidas que hablan sobre la imposibilidad/ y la perplejidad. / Ciudades que instruyen mi corazón/ establecidas a lo largo del recuerdo como cruces en un / mapa/ de carne/ y templos en cuyos incómodos bancos me he sentado/ con los ojos cerrados frente a los vitrales/ como un ladrón de la santidad…”).
La estructura del libro consta de un poema introductorio bajo el tan sugerente título de “Una ciudad o un estuche en el que acomodar tu corazón y el resto de joyas”, título y contenido del poema que resume de forma perfecta la filosofía de Los Lugares Intactos. Tanto “Hallazgo del perdidizo”,“Una ilusión de continuidad” y “Todo tránsito” forman los tres capítulos del libro, pero que pudieran ordenarse como un todo, pues tanto estilo como contenidos y filosofía tienen una misma unidad.
Las ciudades que el poeta va descubriendo (Amsterdam, Toronto, Florencia, Machu Picchu, Aveiro, etc.) son lugares comunes, lugares intactos que el viajero encuentra a modo de fotografía sentimental y reflexiva. También su ciudad natal, León, está presente, pues el poeta no pretende huir de nada sino que, al contrario, encuentra ahí bajo el recuerdo y los lugares lejanos parte de su ciudad primigenia. (“En verano,/ sentados en el filo de una acera de León/ como quien cierra los ojos para adentrarse en el enigma, fundamos cierto lugar frente a la Catedral/ para leer/ a Gamoneda./ Verdades primigenias./ El logos hecho mapa de tus besos./ Versos/ con los que descubrimos así, a cuatro manos/ bajo la luz prohibida de la noche,/ que la intuición se adentra en la pulpa del misterio/ como pala en la tierra.”).
Artigue no cae en el cosmopolitismo trasnochado. Nos muestra sus ciudades, sus lugares intactos bajo un tono de susurro, de secreto no confesado que consigue atraparnos desde la primera página, esa cercanía con el yo del poeta supone que el lector viaja con el autor y observa, como mirón sin complejos, el paso de la vida, es otro de los puntos fuertes de este poemario (“Luego / nuestras almas se enhebran a la hora del regreso. /La armadura oxidada de un héroe que parece el mar/ mientras el sol vencido quiere morir matando…/ Eso es la amistad: / una gota de sangre, todo el atardecer/ o un Citroën también rojo igual que amar la vida.”).
El tono de confesión del libro contrasta en algunos momentos con un discurso más humorístico o socarrón que adquiere así un contrapunto perfecto y permite un mayor dinamismo a los poemas.
Las reflexiones sobre el oficio del escritor aparecen diseminadas por todo el libro en dosis exactas: la palabra como elemento fundamental, liberador, que salva al poeta de sus terrores (la muerte, la ausencia de un ser querido, etc.) (“La poesía./Sangra/ como un tomate/ roto/ el atardece.,”) (“La poesía, como un gran viaje, puede/ aminorar la violencia de las humanas relaciones/ porque/ de algún modo disipa la condición de extraño.”).
Ya lo decía el maestro Konstantino Kavafis en su memorable poema “La ciudad”: “…Pues la ciudad siempre es la misma. Otra no busques/ -no la hay-/, ni caminos ni barco para ti.”). Y el guiño al maestro en este libro está asegurado.
Un poemario que no nos va a dejar indiferentes, que habla del viaje a otras ciudades, a otros mundos extraños y misteriosos, pero que en definitiva son los lugares comunes, pequeñas felicidades del día a día, la invocación del poeta que ama la vida por encima de todas las cosas (“Blues que me rompe: / al / menos/ cuando/ llegue a ti el sueño no elegido/ dile a la muerte que/ la odio”).