Toros en Portugal

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Por Armando Murias Ibias

El último libro de Ángel García Prieto (Miscelánea portuguesa, relatos, crónicas y escenas del país luso) es un sabroso revoltijo de cosas portuguesas, que él conoce tan bien, como queda claro en todos los libros que lleva publicados sobre el país vecino.

De toda la miscelánea, lo que más me llamó la atención es la diferencia que hay en el espectáculo que rodea al mundo del toro. La frontera administrativa entre Extremadura y Alentejo se modificó a lo largo de los siglos, pero la geografía entre estas zonas españolas y portuguesas no es significativa: encinas, alcornoques, viñedos y cabaña ganadera a ambos lados de la raya. Fue una ley portuguesa de la reina María II en 1836 la que prohibió matar a los toros, y ese detalle separó radicalmente los usos taurinos en ambos países ibéricos. Consecuencia de esa prohibición es que todo lo demás sea diferente, desde el detalle de que los cuernos del astado se cubren con una funda de cuero hasta la vestimenta del que se enfrenta al toro. Al espectáculo así entendido se le priva de la esencia del toreo español, el arte de matar. En Portugal ya no es una lucha a muerte entre el hombre y la bestia, deja de ser un espectáculo violento y primitivo que entronca con los gladiadores romanos o las leyendas cretenses en las que el toro solo es dominado por Hércules.

Entonces, si en el toreo portugués no hay muerte, ¿qué hay? Puede ser una corrida a caballo en la que son los rejoneadores los que realizan sobre el caballo todo juego de cabriolas para bailar en torno al toro la delicada danza de colocarle al astado diversos rejones. O puede ser con forcados, que se enfrentan cuerpo a cuerpo con el toro hasta dejarlo inmovilizado cuando le retuercen el rabo.

Y una última pregunta: ¿Qué motivó la prohibición de la muerte en la plaza de toros? El autor nos comenta que ya en la Edad Media los caballeros portugueses alanceaban los toros como ejercicio propio de la hidalguía. Siglos más tarde, aquellos caballeros son hoy los rejoneadores. También pudo influir que la separación de Portugal de la corona española supusiera el distanciamiento en las costumbres. Quizás esta separación acercó a los portugueses a la órbita atlántica, mientras que los españoles siguieron profundizando los lazos mediterráneos. Tampoco podemos olvidar que el papa Pío V prohibió con una bula en 1565 las corridas de toros por su peligrosidad, aunque salta a la vista que no fue muy acatada.

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