Ya sólo habla de amor, de Ray Loriga. Por Israel Paredes. 16/01/2009

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 Ray Loriga.
Ya sólo habla de amor.
Madrid, Alfaguara, 2008.

Acababa de ver lo que queda de un hombre cuando a todo lo que es, a todo lo que cree ser, ser le resta la mujer que ama

Alan Pauls

 1.      Espejo 1

 Se sabe muerto por ahora, pero no muerto para siempre”.

Así se siente Sebastián, personaje de Ya sólo habla de amor, la nueva, y séptima, novela de Ray Loriga. Organizada como un largo monólogo en tercera persona que analiza los sentimientos y pensamientos de Sebastián, Loriga se adentra en el interior de un hombre que ha dejado tras de sí una relación con el resultado de un divorcio (sangrante como se sugiere en un momento dado) y dos hijas en común (de quienes, se asegura, Sebastián no quiere hablar) y que se ha enamorado (o quiere enamorarse) de una hermosa joven llamada Mónica, con quien acude a un baile en la Embajada Suiza durante la noche en la que, grosso modo, se desarrolla el monólogo de Ya sólo habla de amor. Sebastián se encuentra situado entre dos momentos que le hacen sentirse incapaz de amar a la vez que imposibilitado para otra cosa que no sea amar. El peso del amor pasado, el fracaso y la derrota que de alguna manera supuso, le impiden el poder seguir hacia delante; pero necesita hacerlo, claro, de qué otra manera podía ser.

 No sabe bailar y lo sabe o lo intuye, como se intuyen los fracasos del futuro, idénticos en forma y fondo a los fracasos del pasado”.

 Sin embargo, durante la noche, no puede bailar con Mónica y asiste a su inexorable pérdida, lo cual le sitúa aún más en ese punto muerto del que necesita y quiere salir. Desea avanzar pero algo le detiene, y es ahí donde Loriga, a lo largo de las digresiones sobre la vida de Sebastián y en la larga conversación (magnífica) que mantiene con el joven Christian, intenta ahondar para lograr, no ya dar una idea general sobre la situación, sino un acercamiento, breve y conciso, sobre ese estado que supone el haber conocido el desamor, conocer de nuevo el amor y, en verdad, ser capaz de olvidar lo primero y abrazar lo segundo.

 En realidad el espectáculo de un hombre derruido es una cosa asombrosa, y no del todo insignificante”.

 Porque Sebastián es la imagen del naufrago que intenta agarrarse, con más pena que gloria, a los pocos restos que quedan en su vida. Y lo va consiguiendo, aunque bien es cierto que Loriga no se lo pone del todo fácil. Lo trata a dosis iguales de ternura y agresividad, como si no quisiera dejarle respirar del todo pero sin negarle el aire cuando lo necesita. El lector siente empatía por Sebastián porque Loriga lo humaniza en sus contradicciones, en su desidia. No es un héroe pero tampoco un antihéroe, si bien siempre tiende a poseer la forma del derrotado y del fracasado tan afín a la literatura de Loriga (no en vano, Sebastián debería acudir a dar una conferencia sobre Robert Walser y la derrota en la literatura, algo que, al parecer, también tenía que haber hecho Loriga y que, en su imposibilidad, nació Ya sólo habla de amor).

 Loriga mira a Sebastián con el mismo cariño que miraba a Trífero en la novela del mismo nombre, por ejemplo, sin dejar de lado esas contradicciones que, al final, no son sino elementos propios de cualquier persona. Tampoco deja de lado el ridículo de la propia condición de fracasado y su asimilación y, por qué no, en su regodeo como seña de identidad. Por eso es sencillo comprender muchos aspectos de Sebastián, hacerlos propios, ver que en verdad, aunque una novela no es la vida, como indica en un momento dado Sebastián, y la ficción pertenece al terreno de la ficción, todos somos producto de un sinfín de contradicciones y actitudes contrapuestas que nos lleva en ocasiones a momentos de inflexión como el que vive Sebastián.

 Vive en contra del mundo y de todos, pero en realidad no está más que en contra de sí mismo, de su pasado. Intenta seguir hacia delante dejando atrás lo que ha vivido, pero antes, y ahí es donde el monólogo hace incisión, debe comprender lo que ha vivido, lo que ha supuesto. Sin hacerlo, no podrá seguir avanzando. Pero en ocasiones, mirar al pasado, no sólo complica el futuro, sino que estaciona el presente, que es exactamente lo que le sucede a Sebastián: no consigue llegar a algo porque cada instante se convierte en un momento de petrificación. Y así, claro, no puede hacer nada. Loriga consigue, a través de las cavilaciones de Sebastián o de los análisis que esa tercera persona ejerce sobre él, crear un laberinto de pensamientos que, en ocasiones, parecen no llevar a lugar alguno. En esto, Loriga acierta, en mi opinión, aunque pueda dar la sensación de que construye una novela sin un centro claro. No obstante, Loriga nunca ha sido un escritor cuyas novelas posean un centro, o de tenerlo nunca ha sido lo suficientemente cerrado o conciso, sino que siempre ha tendido a estructurar sus novelas, y a darlas sentido precisamente con ello, sin contar demasiado con la linealidad más clásica (y eso que Ya sólo habla de amor, en algunos sentidos, es muy lineal) y sí con el intento de dar forma al discurso de la novela y a sus personajes a través de esas idas y venidas. Para Loriga siempre parece ser más importante los caminos paralelos que se van trazando a partir de una idea inicial que ésta, aunque esto pueda suponer a la larga una lacra (dependiendo, claro está, de cómo se mire).

 2.      Espejo 2

 Ya sólo habla de amor es una novela con conciencia literaria, y cuando digo esto me refiero a que en se percibe en cada frase un trabajo minucioso. Loriga siempre ha destacado por su impecable trabajo de la sentencia, pero en este caso, dado el carácter menos narrativo en comparación con otras novelas, el trabajo se hace más contundente. Es posible que su nueva novela, que se aleja considerablemente de otras obras de Loriga pero no deja en momento alguno de poseer la personalidad que el escritor madrileño ha ido cultivando con el paso de los años, se pueda relacionar antes con la supuesta carta a Rodrigo Fresán, La bondad del asesino, incluida en su libro compilatorio Días aún más extraños, que con cualquiera de sus novelas anteriores. Algo así convierte a Ya sólo habla de amor en una novela donde la zozobra tiene más preeminencia que la rígida construcción de una historia. De hecho, la historia termina aún teniendo la sensación de que podría extenderse durante otras cien o trescientas páginas, sin embargo, el deseo de Loriga, creo, es atrapar al personaje durante
un instante concreto, cuando bajo un árbol recuerda los últimos meses de su vida. Lo anterior y posterior parece dispuesto para preparar ese momento que, para Loriga, parece esencial para que Sebastián logre salir de esa parte del espejo en donde se ve introducido y poder dar el salto hacia el otro:

 A este lado del espejo, pensaba entonces Sebastián, está el mundo, al otro lado no hay nada”.

 La nueva novela de Loriga bebe de la literatura centroeuropea; al menos en mi caso, no pude evitar pensar en la novela de Thomas Bernhard Tara, y a pesar de las grandes diferencias, en casi todo, entre ambas. Loriga no presenta la violencia verbal de Bernhard y los contextos son diferentes, sin embargo, me transmitía un cierto sentimiento obsesivo similar, quizá esa sensación de que uno lee la novela con la misma rapidez con que ha sido escrita, como si en verdad estuviera leyendo a tiempo real los pensamientos de alguien. Y esto es algo que convierte la lectura en algo tan obsesivo como la propia escritura. Sin entrar a analizar lo que pueda haber personal de Loriga en cada pensamiento o sentimiento expresado en Ya sólo habla de amor (que entiendo es mucho, como siempre lo es en todo autor, aunque en este caso, dadas las circunstancias pasadas del autor aumenten el supuesto morbo), sí se transmite la necesidad de plasmar por escrito algo que debe salir del interior del autor, y eso le da a la novela una gran personalidad. Quizá esa sensación de inmediatez pueda verse como algo negativo, algo que anula el magnífico trabajo literario que lleva a cabo Loriga en su nueva novela. Por supuesto, es viable de dejar indiferente a más de uno, incluso a quien haya disfrutado de sus novelas anteriores, pero está claro que Loriga, incluso buscando caminos diferentes, siempre sabe estar en su sitio y ser fiel a su mirada y comprensión del mundo. En este caso ha logrado una novela que posiblemente soporte mejor el paso que sus primeros trabajos, ahora más considerados como proclamas generacionales (quizá excesivamente) que como obras literarias, que también. Sigue siendo loable reinventarse sin abandonarse como autor. Eso es importante y Loriga lo ha logrado en una novela sobre el amor, como toda su obra, pero no sólo sobre el amor, sino sobre cómo se sobrevive en la actualidad en una sociedad donde los sentimientos (palabra que engrosa en sí misma demasiada abstracción) parecen cada vez más perdidos, algo contra lo que Loriga ha luchado a lo largo de sus siete novelas, aunque se hayan ido destacando siempre los elementos más superficiales de ellas.

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