Yo estaba allí, de M.ª Esther García López. Por José Antonio Pérez Sánchez

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 LA VOZ DEL CENTRO

DICIEMBRE, 2016

 

Yo estaba allí, de M.ª Esther García López

 

Así se titula el último libro de esta escritora valdesana, cuya obra literaria: poesía y narración está escrita en lengua asturiana. Yo estaba allí es una traducción de la autora del original Yo taba ellí, publicado en 2015, ambas en la editorial Trabe. Acaba de llegar a nuestras manos este libro de relatos de M.ª Esther, autora premiada en su ya larga trayectoria literaria, miembro correspondiente de la Academia de la Llingua Asturiana, profesora de larga y fructífera experiencia, que reparte su vida profesional y familiar entre Piedras Blancas y La Montaña de Valdés.  Perdura desde hace muchos años mi amistad hacia ella, pero sobre todo el reconocimiento a su trabajo literario, y no menor a su labor social y cultural en el entorno en que se mueve. Sus libros, o sus centenares de artículos de prensa nos dejan cada vez el eco fiel de un modo de hablar, es decir, de pensar y de vivir, de esa collada o paso entre las sierras de Panondres y Buseco, donde siempre se ha levantado su casa, en La Degollada.

Cuando cada año, en el primer domingo de octubre, acudo con mi grupo de Montaña, Estoupo, a la Fiesta de Belén, encontramos a Esther, engalanada con el traje regional, entre sus vecinos de toda la Parroquia, podemos ver en cierto modo su papel de mujer necesaria para que la vida de un pueblo, tan solo a veces, continúe. Porque, no nos engañemos, también existe la soledad y la tristeza.

Y en este libro de estampas costumbristas, M.ª Esther nos da un poco de su vida, pero sobre todo de la personas que la rodean, de los animales que la acompañan y del paisaje que la envuelve. Ella cuenta las historias que ha escuchado o que ha vivido. Nos narra cómo, por ejemplo, las familias de La Casona, en el pueblo de Las Güelgas, dos mujeres fallecen de indigestión tras una comida-cena de boda, el mismo día y con el mismo intervalo de tiempo con el que habían nacido hacía 88 años. O en La fiesta, un relato tocado levemente por el efecto narrativo de la anagnórisis, la autora nos hace creer que nos encontramos ante un mendigo, al que todos dan la espalda en un día de fiesta. Un pobre solo, que nos apena y ganas nos da de llevarlo a casa. La palabra “ladridos”, al final de la historia, nos saca del equívoco. Estamos ante un perro, pero la soledad y el desprecio se hacen tan insoportables para ellos como para nosotros. Pasan los relatos por nuestras manos y cada uno lleva un mensaje implícito: unos zapatos, por ejemplo, que son la definición de las personas que los calzan; o los espíritus invocados en una queimada que llegan para estar un momento con nosotros, sin ocupar sitio. Y esa sensación, maravillosa, que una mujer tiene cuando estrena la ropa que le gusta. Un vaso de sidra, en fin, que siente los latidos del corazón a través de la mano que lo sostiene, en una bellísima y original personificación.

Pero también está la muerte, un tema importante en la narrativa de Mª. Esther, aun siendo ella de carácter tan jovial y expansivo, que se recuerda en ese bello cementerio avilesino de La Carriona, en el que unos amigos de una pareja de enamorados, fallecidos en un accidente, no podrán celebrar ya nunca más el día del Bollo. Llegan los relatos de sus hitos vitales: desde su primer viaje a Oviedo, para hacer el examen de ingreso en el Instituto Alfonso II, a la iniciación sentimental de la adolescencia en las fiestas de San Timoteo.

Es este libro, por tanto, una crónica de su gozoso y dolorido sentir y, también, de una nostalgia que casi nunca cesa. Como esa nevada que obliga a su padre a construir los primeros zancos, para ella y su hermano,  para no hundirse al salir de casa. O ese tremendo frío de la infancia que se llevó para siempre a su vecino Xusto, muerto en la soledad de su casa.

-Pero no nos engañemos  -parece decirnos la autora-: la soledad es patrimonio de un alma, no de un lugar. Porque se puede acudir al multitudinario Bollo de Avilés y pasear entre las gentes que llenan El Parche y encontrarse solo entre la felicidad de los otros. Eso es lo que se nos dice en el titulado Yo estaba allí, sola…

Los veintiún relatos del libro hablan de ella, pero sobre todo de sus circunstancias. Por la casería de La Degollada, junto al Río Negro, en toda La Montaña de Valdés, la vida puede ser difícil, y es evidente que mueren más personas que nacen. El libro se cierra con una clave de esperanza: a la muerte siempre le sucede el canto del petirrojo, anunciando la vida.

 

                                                                       José Antonio Pérez Sánchez

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