Antonio Gaudí vs. poetas irlandeses

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Autor: José Mª Fdez. CHIMENO

Doctor en Historia (Historiador de Arquitectura) y Escritor

 

“Antonio Gaudí vs. poetas irlandeses”

(William B. Yeats & Oscar Wilde)

 

«Del Quijote lo primero que le sedujo fue su personalidad: “No es un héroe, y tampoco un payaso. Quienes se topan con él no saben si es un loco o un sabio”. “Los españoles quizá se estén desquijotando”, añadía (Jean Canavaggio, el hispanista que dedicó su vida al estudio del escritor y lideró la publicación de las obras de Cervantes en Francia). Cervantes tiene un encanto personal. Cuando te dirige la palabra, te habla como un amigo”, argumentaba. Lo mismo sentía quien conversaba con él». [Adiós a Jean Canavaggio, el gran cervantista francés / Marc Bassets. EL PAÍS (24-08-23)]

Este artículo puede parecer una sucesión de recortes de periódico y frases hechas (como la vida misma), pero creo es la única manera veraz de interesar a los lectores sobre la personalidad poliédrica de Antonio Gaudí. Decir que Gaudí y el Quijote tienen algo o mucho en común es tal vez aventurar demasiado, pero quienes se toparon con él (al igual que con el gran personaje de Cervantes en la obra de ficción, el Quijote) vieron en su personalidad esas dos cualidades  en sí contrapuestas (loco o sabio); algo que suele anidar en el carácter de los genios.

Otro genio, William Butler Yeats (1865-1939), el más grande poeta irlandés y Premio Nobel en 1923, por igual fue considerado un rara avis, pues ser abstemio en Irlanda es un privilegio (o una condena, según se mire) al alcance de muy pocos. También Gaudí renunció a la bebida y acabó sus días siguiendo una estricta dieta vegetariana, carente de todo alcohol. No es que sea condición sine qua non para agudizar el ingenio, de hecho «ser alcohólico y escritor en Irlanda no es una deshonra, sino casi una redundancia. Recuerde a Joyce o Behan…, Kavanagh o Beckett» (Canta Irlanda / Javier Reverte). Otra cosa fue Oscar Wilde y su homosexual.

Lo que sí suele ser común en los poetas (menos en los arquitectos) es que cada uno tenga su propia montaña, a la que cantan cuando le echan una melancólica mirada. W. B. Yeats, el gran bardo gaélico, dedicó un poema a la soberbia mole del Ben Bulben…, y Gaudí, aun no siendo poeta, también cantó a su manera a la montaña de Montserrat, en la fachada orgánica de la Casa Milà (La Pedrera). No es la única y peculiar coincidencia entre ambos, también los dos recibieron calabazas de sus musas: amores idílicos Maud Gonne (en la caso de Yeats) y Pepeta Moreau (en el caso de Gaudí)…, a este lance si se les une Oscar Wilde, qué, según se afirma, le faltó triunfar en el amor, pues perdió a la mujer de su vida, una joven de extraordinaria belleza llamada Florence Balcombe, frente a otro afamado escritor, Bram Stoker, autor de Drácula.

No obstante, ambos poetas irlandeses acabaron casándose. Wilde -tras una gira americana en la que empezó a consagrar su éxito a nivel mundial- decidió casarse en 1884 con Constance Loyd, una mujer muy inteligente, aunque extraordinariamente tímida, con la que llegó a tener dos hijos, Cyril y Vyvyan; pero luego salió a relucir su homosexualidad y el matrimonio duró poco. Mientras que William Butler Yeats se casó finalmente con Georgie Hyde-Lees, con quien tuvo dos hijos. De por medio, entre rechazo y rechazo de Maud Gonne, fue escribiendo una serie de poemarios maravillosos: El viento entre los juncos, La rosa, La Torre…, o Últimos poemas. El siguiente en la terna, Antonio Gaudí, cual voz discordante, permaneció soltero el resto de su vida, de todo escarmentado y consagrado a la arquitectura, con un bagaje de 17 obras capitales.

Siguiendo con los paralelismos, y siendo Gaudí un alumno poco aventajado, también Yeats fue un estudiante mediocre que «fracasó en su intento de ingresar en el Trinity College […] pero leía con voracidad poesía y se enfrascaba en el conocimiento de las viejas leyendas irlandesas» (Canta Irlanda / Javier Reverte); aunque Gaudí fue mucho más constante en sus estudios y logró cumplir el sueño de su larga vida: tras ingresar, no sin mucho esfuerzo, en la 2ª Promoción de la Escuela Provincial de Arquitectura de Barcelona (1874), consiguió el título. Por el contrario Wilde demostró una inteligencia notable y una particular facilidad para el francés y el alemán. A los diez años (1864) ingresó en la Portora Royal School de Enniskillen y estudió allí hasta los diecisiete.

Los tres, contemporáneos, fueron unas celebridades de la época debido a sus aguzados ingenios. Lo cual demuestra que este no tiene porqué adaptarse a los programas educativos vigentes en cada época, y sobresale siempre ante cualquier imposición o circunstancia. El mayor ejemplo lo tenemos en Gaudí, de quien al finalizar sus estudios (1878) el director de la institución Elías Rogent dijo: “No sé si hemos dado el título a un genio o a un loco, el tiempo lo dirá”.

Y esto nos lleva al origen del artículo. “Quienes se topan con él no saben si es un loco o un sabio”. Quizá esto es lo que diferencie a Gaudí de los poetas irlandeses, pues va consustancial al carácter español del prototipo de genio. Ejemplos tenemos para regalar, como Dalí o Picasso. A los irlandeses excéntricos se les tolera y respeta entre sus conciudadanos, ya sea por una u otra razón: Yeats era un hombre religioso y llevaba una vida respetable, como Gaudí, mientras que Wilde era el prototipo de bad boy que rompía las normas, bohemio; pero sus obras Salomé o El retrato de Dorian Gray pasaron a la historia de la literatura. No obstante, para excentricidades, la arquitectura de Gaudí se lleva la palma, empezando por El Capricho de Comillas (1883) que, en opinión de los especialistas del genio, es una “obra manifiesto” muy anterior al Modernismo. Historiadores de arquitectura, como Pevsner, consideran que la Casa Tassel (1892-Bruselas) de Víctor Horta, es la pionera y rompe con los historicismos y eclecticismos de finales del siglo XIX.

Aunque Wilde parece muy alejado de Gaudí, tanto como Dublín lo está de Reus o Riudoms (sus lugares de nacimiento), lo cierto es que ambos adolecían de un temperamento apasionado que fue su perdición [ver artículo en LNC: El poder de las imágenes (2ª Parte) (22-06-23)]. Wilde confesó a su amigo André Gide: «¿Quieres saber cuál es mi gran drama? Que he puesto todo mi genio en mi vida, mientras que, en mis obras, no he puesto nada más que mi talento», mientras que Antonio Gaudí admitía: «Yo he intentado siempre controlar mi genio, pero no lo he conseguido». A Gaudí le costó tener “encontronazos” con Unamuno, Pio Gullón e incluso con el rey Alfonso XIII, quien afirmó: «…sí, he anunciado que voy a Barcelona […] aunque exista este riesgo (un atentado); además, temo más a Gaudí que a los anarquistas)»; y a Wilde dos años de cárcel y trabajos forzados (pena que cumplió íntegramente, entre 1895 y 1897) en donde pergeñó dos de sus mejores obras literarias: De Profundis y La balada de la cárcel de Reading.

Los dos gigantes de la literatura irlandesa, junto con James Yoyce [ver artículo en LNC: Antonio Gaudí vs James Yoyce (14-12-22)], se parecen muy poco: el primero tan lírico como obsceno; y el segundo pura delicadeza, incapaz de escribir una palabra procaz. Aun así, como hemos podido constatar, todos los genios tienen algún punto en común que los diferencia del resto de los mortales: ellos toman decisiones drásticas en la vida que los demás no se atreven a realizar, por miedo a perder la comodidad de su anodina existencia. Por ejemplo, Gaudí renunció al fasto de un arquitecto de renombre y dedicó los últimos catorce años de su vida (1912-1926) a trabajar exclusivamente en el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia; Oscar Wilde, que nació en una familia protestante de la clase dirigente irlandesa, la llamada “Ascendencia”, se convirtió al catolicismo en su lecho de muerte, algo muy difícil de entender en una Irlanda enfrentada por cuestiones religiosas; y Yeats estuvo toda su vida esperando a que Maud Gonne le concediera el “sí quiero” sin al fin lograrlo, para luego proponer matrimonio a la hija de “su Dulcinea”, la joven Iseult, a la que sacaba veintinueve años; por fortuna esta declinó la oferta, no sin dudar antes de rechazarlo.

Tal vez, por todo ello, los tres tengan un halo quijotesco (que sin ser héroes, tampoco son payasos); algo que Jean Canavaggio considera “el encanto personal” del ingenioso hidalgo, para transitar por la vida sin complejos, sin importarles si al final “han sido unos locos o unos sabios”. Confieso que he vivido es el título de una obra del poeta Pablo Neruda, y me pregunto: ¿qué mejor epitafio se nos puede ocurrir para ellos? Pues cierto es que hay otro mejor, el que figura en la lápida de W. B. Yeats (de un poema interrumpido cuando le sorprendió la muerte, en 1939).

Echa una fría ojeada /

sobre la vida, sobre la muerte.

¡Pasa de largo, jinete!                     

(Nota.- Artículo publicado en La Nueva Crónica de León)

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