De Gaudí a la modernidad
De José Mª Fdez. CHIMENO Doctor en Historia (Historiador de Arquitectura) y Escritor
Se hace necesario, y es de buen principio, razonar sobre la aportación de la arquitectura de Gaudí al arte. Partiendo de la base que el genial arquitecto se negó a dar conferencias y solo publicó un artículo en toda su vida, en la revista La Renaixensa (2 de febrero de 1881), junto con otros apuntes juveniles (Cuadernos de Reus, 1878) es obligado recurrir a quienes fueron los colaboradores, discípulos y entusiastas seguidores de su obra, que le conocieron en vida.
Como Sócrates, necesitaba de un discípulo (Platón) que recogiera sus pensamientos e ideario; pues, siendo ya un incansable orador, autor de largos monólogos ante sus apasionados colaboradores, nunca derivaron estos hacia el diálogo. Fueron cuatro de sus discípulos -como si fueran los cuatro evangelistas- quienes se dedicaron a recoger su legado y dejarlo por escrito. El Evangelio de Gaudí según sus primeros discípulos (El País, 29-01-16) fue escrito por: Josep F. Rafols Fontanals (Gaudí, 1929; y Gaudí en 1952), Isidro Puig Boada (El pensamiento de Gaudí, 1981), Cèsar Martinell i Brunet (Gaudí y la Sagrada Familia, 1969; y Gaudí: su vida, su teoría, su obra; 1967), y Joan Bergòs i Massò (Antoni Gaudí, el hombre y su obra; 1953).
Previo a las opiniones vertidas por estos “cuatro evangelistas”, en estos libros de referencia, en sus primeras obras de estilo neomudejar o neogóticas (Casa Vicens, El Capricho de Comillas y el Colegio Teresiano de Barcelona) ya se atisban en Gaudí destellos de originalidad, debido a las innatas cualidades que atesoraba (una agudeza visual y una mente deductiva, que le llevaron a desarrollar la agudeza mental propia del “genio aún en ciernes”); cualidades que el vicario general de Tarragona, Dr. Juan Bautista Grau, descubrió ante el altar de la capilla del colegio Jesús-María, y que le llevó a encargarle las trazas neogóticas del Palacio Episcopal de Astorga cuando fue nombrado obispo de esta ciudad (10 de junio de 1886).
Tiempo después, en una carta, fechada en marzo de 1889, que envía el padre Enrique de Ossó [fundó la Compañía de Santa Teresa de Jesús y fue director del Colegio Teresiano de Barcelona] a la madre Saturnina Jassà, en Puebla (México), señala en un párrafo esencial, que «será muy adornado el Colegio y raro o único, estilo Gaudí». En esta primera referencia de Gaudí como director de obras, se refleja una de las primeras alabanzas al estilo Gaudí; y como el mismo padre Ossó reitera en otra carta a la susodicha religiosa, el colegio «será muy hermoso y se estará bien en él, como dice Gaudí, el arquitecto. No habrá otro en Barcelona, ni tal vez en España». Se atisbaba pues, que en Gaudí anidaba el liderazgo visionario de los grandes genios. Y para este sutil liderazgo, como antes Sócrates o Jesús, no necesitó del respaldo de sesudos tratados o artículos de opinión en la prensa escrita, sino que se cimentó en la trasmisión oral.
Sin embargo, y quizá por ello, a diferencia de su maestro Lluís Domènech i Montaner (que en su artículo En busca de una arquitectura nacional, publicado en la revista La Renaixensa, en 1878, defendía con entusiasta verborrea la arquitectura ecléctica, como solución a la falta de un estilo propio para todo el siglo XIX), Antonio Gaudí pronto se apartó de sus maestros en la estéril imitación de los estilos pretéritos y sus revival (neogóticos, neoclásicos, neomudéjar, hispano-árabe, etc.), afanándose en aportar la particular visión que tenía de la arquitectura. Una de las reflexiones que provocó la inquietud de los arquitectos del siglo XIX fue tener que admitir que en esa centuria no se había asegurado la existencia de un estilo, a pesar de la riqueza material y los avances científicos. Ser sinceros en la utilización de los materiales y explorar las infinitas posibilidades que el progreso científico y técnico le ofrece a la arquitectura, para crear un nuevo estilo, era condición sine quanon. El mayor teórico francés del siglo XIX, Eugene Viollet-le-Duc afirmó: «Solo con la verdad es posible “la originalidad”, ya que esta no es otra cosa que una de las formas en que se manifiesta la verdad y afortunadamente esas formas son infinitas».
Si hubo algún arquitecto que en esa época apostó por “la originalidad” fue Antonio Gaudí (junto con Frank Lloyd Wright), y confesó a Joan Bergòs: «La originalidad consiste en acercarse, en retornar al origen» o «Originalidad es volver al origen; de modo que original lo es aquel que con los nuevos medios vuelve a la simplicidad de la primeras soluciones». Con la llegada del Modernismo (ca.1890-1910), el genial arquitecto catalán fue encuadrado en este movimiento, que impregnó todas las artes y también a la sociedad catalana. «Lo corrobora el hecho de que en un lapso de menos de veinte años, numerosos edificios se construyeron de este modo en Barcelona; desde obras maestras como las levantadas en la llamada Manzana de la Discordia (formada por la casa Lleò-Morera, de Domènech i Montaner; la casa Amatller, de Josep Puig i Cadafalch; y la casa Batllò, de Antonio Gaudí)», hasta el Palau de la Música o el Hospital de Santa Creu y Sant Pau, ambos de Lluís Domènech.
No obstante, otro entusiasta estudioso de la obra de Gaudí, el arquitecto e historiador Joan Bassegoda i Nonell pone en duda que Gaudí fuera simplemente un arquitecto modernista y en su libro Símbolos y simbolismos ciertos y falsos en la obra de Antonio Gaudí, dejó escrito: «A Gaudí se le sitúa erróneamente en el Modernismo por simple comodidad cronológica, sin que su arquitectura, derivada directamente de la geometría de la Naturaleza, se despegue totalmente del encantador pero fatuo estilo modernista. Al Modernismo se le sitúa dentro de la belle époque mientras que a Gaudí, por su independencia de toda escuela o estilo, debería colocársele en una hors époque».