Fragmento del prólogo de Fernando Cid, orientalista y profesor de castellano
“Por la senda del viento / Pola sienda del vientu
Lo que tengo que decir.
Los poemas contenidos en este libro: Por la senda del viento / Pola sienda del vientu tienen mucho del haiku canónico. Son haikus o, al menos, saben ser haikus. María Esther García López conoce lo que es el haiku, aquí lo ha demostrado. Pongo por caso:
“Un abejorro
se esconde en una flor.
Run-run, ron-ron.”
Con un manual sobre el haiku clásico en la mano podemos afirmar que es posible ubicar el poema en la primavera mediante ese abejorro y esa flor. Hay un interesante juego fonético con la erre sonora del primer y del tercer verso, que es mucho más leve en el segundo y que es pleno en el cierre. María Esther no escribe emocionada, sino observando. El haiku se construye con la contemplación de la poeta ante una estampa sencilla ofrecida por la naturaleza y con su interés por hacernos partícipes de ella. Lo mismo sucede en este otro haiku:
“El tordo canta.
Salta de rama en rama
y no descansa.”
Un pájaro canta y se mueve en una rama. La autora decide preservar lo que ha visto y lo comparte con nosotros. Poco más necesita un haiku canónico.
Y coda.
En cuanto al libro, Por la senda del viento / Pola sienda del vientu, como objeto misterioso, contenedor de poetas, es siempre de agradecer ediciones tan primorosas como la que el lector tiene ahora en sus manos, en donde los textos de María Esther están en español, en asturiano y traducidos al japonés (en ideogramas y silabarios y también con su transcripción fonética) e ilustrados delicadamente por Eva Sakai. Así como valoramos el contenido, debemos valorar el continente, joya y joyero. Los poemas encierran, aun en su brevedad, mucha naturaleza, y las páginas, las cubiertas, el lomo del libro apenas son capaces de contenerla. Son todos buenos motivos -creo- para leer con gusto el nuevo poemario de María Esther. Libro que apenas nace y ya nos ofrece tantas cosas: disfrutar, apuntar, preguntar, contemplar…
Fragmento del epílogo de Raúl Fortes, profesor de japonés en la Universitat de Valencia
(…) “Por la senda del viento / Pola sienda del vientu” es, como sugiere ya su propio título, un hermoso recorrido lírico por la transitoriedad y la fugacidad de las cosas de este mundo —las puestas de sol, un claro de luna, los reflejos en el agua o la escarcha matutina—, confirmado por la cita de Jack Kerouac que, a modo de armadura musical, establece la clave, el tono de la composición, y simbolizado precisamente por un elemento tan voluble y efímero como es el viento, cuyo soplo renovador, capaz de vivificar las hojas caídas de los árboles, es el mismo que anima las hojas de este volumen fresco como la lluvia, enigmático como la niebla y luminoso como el rayo, fenómenos meteorológicos igualmente presentes en los poemas que lo integran.
Tomando como modelo las antologías tradicionales de haikus, Por la senda del viento se divide, igual que estas, en cuatro partes canónicas correspondientes a las cuatro estaciones del año: primavera, verano, otoño e invierno. Sin embargo, en este caso, intercalados entre ellas aparecen, a modo de ritornelo, haikus de temática amatoria, mezclándose, así, el amor y la naturaleza, que, en realidad, da cabida a todo, pues el ser humano, con sus sueños, pesares e ilusiones, es también —no lo olvidemos— naturaleza, y esta, a su vez, es la manifestación visible de la Gran Mente que, según el zen, cuya influencia en el haiku se ha revelado, no por casualidad, decisiva, impregna el universo entero. Por lo tanto, desde tal punto de vista, no tiene por qué extrañarnos la inclusión aquí de haikus de amor —ya presentes, por otro lado, en la producción de muchos autores clásicos— ni de metáforas —todo forma parte de la naturaleza de Buda, y, en consecuencia, todo es lo mismo, de modo que, más allá de su apariencia de greguerías, ¿por qué no iban a ser los truenos, por ejemplo, la voz del cielo, o las golondrinas lunares negros que bordan el aire?—. En este sentido, tampoco ha de sorprendernos el recurso a la personificación presente en varios poemas, teniendo, además, en cuenta que, desde la perspectiva sintoísta —otra importante fuente de inspiración para el haiku—, todos los elementos del cosmos son kami (divinidades) con la consiguiente capacidad de realizar las mismas acciones que nosotros los humanos. De ahí que, en esta obra, las sombras bailen, las flores se columpien, las olas besen, la tarde duerma, las estrellas corran y el mar se enfade. La religión legitima la humanización de la naturaleza. (…)